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Trastornos ocasionados por la extirpación de amígdalas


Una de las prácticas condenables de la medicina convencional es la extirpación de las amígdalas en la forma que actualmente se hace.

La mayoría de los médicos ven en toda amígdala grande o inflamada una causa de enfermedad, y creen poder eliminar a ésta extirpando ese órgano, que consideran inútil.

Sin embargo, algún papel útil debe desempeñar, puesto que el organismo reacciona ante esta mutilación reproduciendo muchas veces el tejido linfoideo, no siendo raro que el cirujano recomiende otra operación unos años después.

H. Bourgeois, Caboche y otros han comprobado un curioso fenómeno que se produce bastante a menudo a nivel de la faringe, después de la amigdalectomía en el niño, y que consiste en la aparición sobre la misma de numerosas granulaciones constituidas por montones de folículos cerrados, como si fuesen amígdalas en miniatura. Ocupan toda la faringe, descendiendo muy abajo, y se observa una hipertrofia de la amígdala lingual y de la amígdala de Luschka, renovándose también las vegetaciones raspadas. Parecería –según esos autores-- que la naturaleza se esfuerza en suplir la función suprimida bruscamente con la ablación de las amígdalas. Si consideramos que la ciencia va descubriendo periódicamente nuevas hormonas a medida que se progresa en el estudio de las glándulas, veremos que el hecho de no haberse determinado con precisión, hasta la fecha, el papel que puedan desempeñar las amígdalas en la armónica funcionalidad orgánica, no nos autoriza a suponer que sean órganos innecesarios. Lo lógico, más bien, es pensar que deben tener una función útil, y que su extirpación puede ocasionar trastornos en alguna parte del organismo.

Esto es precisamente lo que sostienen diversos investigadores.

He aquí, por ejemplo, los párrafos finales de un extenso artículo publicado por el doctor M. Polack en la Revista de Medicina y Ciencias Afines, en el que informa sobre las conclusiones a que llegó después de pacientes trabajos que sobre histología de la amígdala efectuó en el Instituto Nacional de Nutrición:

“Es por lo tanto evidente que si bien las amígdalas pueden ser puerta de entrada para algunas infecciones, son también un medio de defensa colocado en un sitio tan estratégico como son las fauces, donde se cruzan el aparato digestivo y el respiratorio.

“Estos hechos nos obligan a pensar si no sería más provechoso, en muchos casos, sustituir la amigdalectomía por un tratamiento médico higiénico y dejar la intervención quirúrgica sólo para procesos amigdalinos que evidentemente no mejorasen con una terapéutica incruenta”.

G. Salvadori opina que la amígdala palatina es un órgano linfoide que posee una función hematopoyética (formadora de los elementos sanguíneos) en íntima relación con el bazo, timo, médula, etc.

Hace ya más de cincuenta años La Prensa del 22 de agosto de 1940 informaba que, según trabajos presentados a la Asociación Médica Americana de los EE. UU., sólo el 20% de los niños operados obtenían algún beneficio y que, si bien en los tres primeros años subsiguientes a la intervención los operados se resfriaban menos, en los siete años siguientes manifestaban una marcada tendencia a las bronquitis, estando sus defensas orgánicas disminuidas respecto a otras afecciones.

En un trabajo leído en la 91º sesión anual de la Asociación Médica Americana, el doctor Kaiser cita una estadística de dos grupos de 2.200 niños, uno de ellos formado por aquellos a quienes se les había practicado la extirpación amigdalina y el otro por niños no operados observados después de tres y de diez años de la operación, llegando a la conclusión de que, debido a los beneficios evidentes conseguidos en unos casos se ha generalizado la intervención a otros en los cuales no se justifica; que no se puede demostrar que las amígdalas sean las responsables de los resfríos, laringitis, otitis media y sinusitis, no constituyendo, entonces, la operación una solución conveniente, salvo en casos excepcionales, y que estudios recientes demuestran que las amígdalas no desempeñan en la etiología de estas afecciones el papel preponderante que se les atribuía hace poco.

Los doctores Lerner y Markow (Follia Alergol, 1960) afirman que la eliminación de las amígdalas como tratamiento del asma no reportó mejoría en 70 niños y que, por el contrario, muchos de ellos presentaron enfermedades alérgicas de uno a doce años después de la operación, recomendando hacer un estudio cuidadoso previo para estar seguros de que con esta intervención se eliminará un probable foco infeccioso.

El doctor James Crooks, del Hospital de Niños de Great Ormond Street, de Londres, afirma que el tratamiento clínico es preferible al quirúrgico.

A esta opinión se suma la del cirujano de garganta Ivor Griffiths, de la Escuela Médica de Postgraduados y del Hospital Queen Mary quien declara, en la prestigiosa revista médica The Lancet, que la supresión de las amígdalas y de las adenoides no mejora necesariamente los casos de catarro nasal, gangosidad y enfermedades de los oídos, habiéndose comprobado que la sinusitis es mas frecuente en los niños a quienes se les han quitado las amígdalas.

El ex profesor de la Facultad de Medicina de La UBA doctor Octavio Pico Estrada publicó un artículo en La Prensa el 1º de enero de 1943, con el título de “El concepto de la parálisis infantil”, donde puede leerse lo siguiente: “...encuéntrase en cambio el virus en gran cantidad en el bulbo, cuando la forma clínica de la enfermedad fue la bulbar (la más grave y peligrosa). “Hecho interesante que concuerda con la repetida observación clínica de formas bulbares en operados de amigdalectomía. Las cifras estadísticas son, al respecto, elocuentes y alarmantes: 27 por ciento bulbares graves en niños operados de las amígdalas, contra cuatro por ciento en los no operados”. A esta misma conclusión llegaron los doctores Anderson y Rondeau, expuesta en un artículo publicado en la revista norteamericana Journal of the American Medical Assocation, pág. 1123, año 1954.

Según las investigaciones de Zitowitsch, famoso director del gran Instituto de Fisiología de Moscú, existe en la cavidad nasal una corriente de plasma directa hacia las amígdalas, alcanzando las superficies de estos órganos, que impide la penetración en ellos de sustancias exógenas provenientes de la cavidad bucofaríngea y que favorece la eliminación en las superficies amigdalinas de sustancias reunidas en esos órganos por vía endógena. Según este autor, la amígdala no puede representar la puerta de entrada a la infección, pero se enferma secundariamente por lesiones de la cavidad nasal, de los senos y de la cavidad bucofaríngea.

Observando el estado posterior a la extirpación de las amígdalas en animales jóvenes, el autor pudo observar que tal intervención trae un retardo en el desarrollo y alteraciones en la tiroides, meiopragia (Meiopragia o miopragia: incapacidad funcional o disminución funcional de una parte del cuerpo) de las glándulas sexuales masculinas y femeninas evidenciando una disminución para engendrar, fenómeno este último que se transmite a la prole de los sujetos amigdalectomizados.

Después de haber estudiado lo que ocurrió a miles de estos sujetos, afirma que “la relación de las amígdalas con la tiroides, suprarrenales y glándulas sexuales o gónadas es tan directa que la extirpación total de las primeras perturba todo el equilibrio neurovegetativo”.

Fundándose sobre todos estos datos, Zitowitsch deduce que la amígdala, no pudiendo ser la puerta de entrada de infecciones, no debe ser extirpada en su totalidad.

La observación continuada de los amigdalectomizados ha confirmado lo dicho por el fisiólogo ruso.

Péller, estudiando millares de sujetos de ambos sexos, de una edad de 14 a 16 años, sometidos a la amigdalectomía en Viena, observó como tales individuos presentaban un mayor desarrollo físico que el que tienen los que no han sido operados: estaturas más altas, mayor peso, mayor desarrollo torácico, anticipo de las menstruaciones, etc.

Tras estas observaciones Péller emite la hipótesis de que la amígdala constituye un freno regulador del desarrollo físico y que su extirpación favorece, suprimiendo la causa de la inhibición, un desarrollo anormal del organismo.

Calderolli publicó en Bérgamo, Italia, una interesante monografía titulada El problema tonsilar (tonsilas o amígdalas) y el problema demográfico, en el que trata extensamente este tema. Según Calderolli muchos sujetos a quienes se les han extirpado totalmente las amígdalas en su juventud presentan cierto envejecimiento precoz con disminución del apetito y de la potencia sexual.

En un primer tiempo los operados de amígdalas aumentan de peso, de estatura, de masa, de diámetro, pero este aumento en volumen puede ser acompañado de alteraciones en importantes funciones físicas y psíquicas. Muchas veces los trastornos que motivaron la intervención vuelven a manifestarse en los sujetos al poco tiempo de operados.

En el período de crecimiento, la amigdalectomía puede producir en el organismo complejas modificaciones, que el autor define como “una desviación del biotipo de Pende”.

Sujetos del sexo masculino y femenino entre 16-17 años, que se podrían considerar –-dice Calderolli--- como modelos del biotipo de Pende, presentan mejor colorido, mayor apetito, pero al mismo tiempo más adiposidad, alteraciones de la piel, sudor fácil, disminución de los cabellos, modificaciones de la secreción sebácea. Este estado se comprobó después de meses de la extirpación de las amígdalas.

Se observa a veces, en estos sujetos, una blandura especial, redondeces de formas, flaccidez, disminución de la capacidad de reacción, cierto grado de torpeza, fácil agotamiento y cansancio. En el varón aparecen caracteres que esbozan un tipo eunucoide, en la mujer se delinea un tipo seudofemenino.

Un cuadro tal induce a Calderolli a confrontarlo con el que ofrecen los sujetos mutilados de los testículos o hipotiroideos, en los cuales existe un infantilismo adiposo, mixedema y eunucoidismo.

En muchos jóvenes amigdalectomizados se observan, según Calderolli, las siguientes alteraciones:

Trofismo modificado con aumento del panículo adiposo. Crecimiento anormal con aumento de la masa corpórea. (Se debiera tener en cuenta como posible el hecho de que el aumento de la talla observado en las nuevas generaciones, principalmente en los Estados Unidos, sea ocasionado ---además de otros factores como la alimentación, etc.---, a la gran difusión de la amigdalectomía en los niños). Disminución del instinto sexual. El cansancio es uno de los signos que con frecuencia aparecen, haciéndose más lenta también la actividad cerebral. En la joven amigdalectomizada se observan, a veces, anomalías en el desarrollo, un aminoramiento en el espíritu de seducción, cierta indiferencia a la galantería y a los flirts.

Los síntomas varían según los individuos, las condiciones sociales y la manera como se ha efectuado la operación, pudiendo algún resto de tejido amigdalino tener acción vicariante y neutralizar todo o parte de los efectos de la intervención quirúrgica.

Con la amigdalectomía se produce una ruptura del equilibrio endocrino con las consiguientes alteraciones de importantes funciones orgánicas: modificaciones del intercambio (engrosamiento), del desarrollo corpóreo (aumento) y de la actividad neuropsíquica (disminución).

Partiendo del concepto de las hormonas señalado por Pende, se debe admitir que la hipótesis que reconoce a las amígdalas entre las glándulas de secreción interna concuerda con los hechos observados.

La desviación del biotipo de Pende que se observa en los amigdalectomizados demuestra que la amígdala entra en el complejo mecanismo endocrino.

Se puede suponer que después de la ablación de las amígdalas se instala una relativa insuficiencia pluriglandular de la tiroides, hipófisis, glándulas sexuales (gónadas), suprarrenales, etc. El temperamento hipoamigdalino recuerda al hipotiroideo e hipogenital.

En síntesis ---según Calderolli--- estos órganos participan en la formación armónica del cuerpo, regulan el intercambio y el crecimiento, así como el desarrollo y mantenimiento del instinto sexual, conservando joven al individuo y retardando la vejez.

Por otra parte, la amigdalectomía no es una operación del todo inocua, no siendo raros, especialmente en los adultos, los casos de infecciones y hemorragias graves y aun mortales.

El doctor Costa Bertani ha publicado casos de reumatismos posteriores a operaciones en amígdalas, los que, según su experiencia, estaban resultando relativamente frecuentes. Quizá esto se deba a que la operación, al destruir las barreras defensivas que ha elaborado el organismo, dé lugar a la diseminación de los elementos sépticos contenidos en las amígdalas infectadas.

El doctor Alison Glover, en un informe a la Royal Society of Medicine de Londres informó que del estudio de las estadísticas de operaciones sobre amígdalas y adenoides se deducía que la mortalidad era mucho más frecuente de lo que se suponía. A esto habría que agregar que estas estadísticas dan cifras inferiores a las reales, pues no todos os accidentes operatorios son denunciados.

Sin embargo, actualmente por el empleo de antibióticos y demás agentes antiinfecciosos, estos accidentes han disminuido, pero no puede decirse lo mismo respecto a los accidentes por la anestesia o por hemorragias postoperatorias.

Pese a todo lo mencionado es preciso reconocer que, a veces, y en muy contadas ocasiones (no como lo propone la medicina convencional de forma mas abusiva), la operación está indicada, lo cual ocurre cuando los tratamientos médicos han fracasado y el mal estado de las amígdalas repercute desfavorablemente sobre el estado de otros órganos o sobre el estado general.

Como hemos visto anteriormente, el organismo aminora los trastornos que pueda causar la ablación de las amígdalas por medio de la hipertrofia de tejidos de la misma naturaleza que se encuentran en la faringe y en otras regiones del organismo y por la acción de otras glándulas que contrarrestan, en mayor o menor grado, el desequilibrio glandular producido por la operación. Por otra parte, hay que considerar que las amígdalas tienen su mayor actividad en la infancia y que va disminuyendo con los años, comprobándose paralelamente una disminución de su tamaño. Según Ribbert, normalmente el tejido linfoideo ---del que las amígdalas forman un elemento constitutivo---, llega a reducirse en los últimos años de la vida a un octavo de lo que era en la infancia. Esta circunstancia explica que sean mucho menores los desequilibrios glandulares cuando se efectúa la operación en las personas mayores que cuando se la practica en los niños (sin embargo, existen excepciones. Recordamos a un paciente de 54 años de edad que, al preguntarle desde cuando era obeso, nos respondió: “Hasta hace ocho años yo era delgado pero muy dinámico. Por consejo de un facultativo me hice operar las amígdalas. Las molestias que padecía desaparecieron, pero no obstante tratar de evitarlo, aumenté mas de veinte kilos e peso y ahora no sirvo para nada”).

Descontando la operación, la medicina convencional se limita a la aplicación de tópicos antisépticos sobre las amígdalas, y a la casi sistemática inyección de antibióticos cada vez que se inflaman. ¡Hasta se llegaron a hacer aplicaciones de rayos X para provocar la disminución de su tamaño!

El criterio con el que el médico homeópata aplica su terapéutica es diferente. En vez de emplear una terapéutica local para las amígdalas o aconsejar su eliminación, administra medicamentos que modifican el estado constitucional y el estado de las amígdalas, pues considera que toda hipertrofia o las repetidas inflamaciones son obra de una alteración del estado general que es preciso tratar. Las concepciones teóricas que lo guían para hacer esta terapéutica podrán discutirse, pero lo que no se puede negar es que la gran mayoría de los niños que siguen con persistencia un tratamiento homeopático bien dirigido ven reducirse sus amígdalas hipertrofiadas, y las inflamaciones que en ellas se producen se van espaciando cada vez más hasta tornarse excepcionales.

Ahora bien: si se piensa en el posible valor de las amígdalas como órganos de secreción interna y de real defensa contra las infecciones; en la imposibilidad de prever, en muchísimos casos, si la operación ocasionará o no más perjuicios que beneficios; en el peligro que dicha operación puede representa, especialmente para una persona mayor; en las advertencias hechas por eminentes profesionales en el sentido de reservar la operación para muy determinados casos y, finalmente, en el hecho de que las amígdalas tienden con el tiempo a disminuir de volumen, admira ver como muchos médicos siguen imperturbables, enviando con lamentable frecuencia a los cirujanos a todo niño que tiene las amígdalas un poco grandes o que se han inflamado alguna vez.

Queremos creer que el móvil de esta conducta no sea otro que el nacido por el simple concepto de que el medio más radical para no tener amígdalas grandes o inflamadas sea su eliminación drástica por medios quirúrgicos.

Autores consultados:

Escardó, Florencio;

Garrhan, Juan P., Medicina Infantil, El Ateneo, Bs. As., 1956.

Houssey, Bernardo A.; Leloir, Luis F.; Lewis, Juan T.; Orías, Oscar; Braun Menéndez, Eduardo; Hug, Enrique y Foglia, Virgilio C, Fisiología Humana, El Ateneo, Bs. As., 1950.

Marañón, Gregorio; Marzetti, Roberto; Mazzei, Egidio S.; Rof Carballo, J, La medicina actual; Salveraglio, Federico, Enfermedades infecciosas; Samuels, Jules, Endogenous Endocrinotherarapy including the casual treatment of cancer; Sorin, Miguel, Iatrogenia. Problemática General.

 

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