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Peligros de las vacunas II

Los programas de inmunización, a examen

Vacunas tóxicas contra infecciones inocuas

Durante muchas décadas, expertos científicos y médicos han promovido con vehe­mencia la idea de que es necesario inmunizar a los niños para protegerles de enfermedades como la difteria, la polio, el cólera, las fiebres tifoideas o la malaria. Sin embargo, existen pruebas de que quizás la inmunización no sólo sea innecesaria, sino incluso dañina. Verter productos químicos venenosos en un lago no le inmu­niza frente a los productos contaminantes. Del mismo modo, inyectar las bacterias activas de las vacunas en el torrente sanguíneo de los niños difícilmente ofrece a las futuras generaciones la posibilidad de llevar una vida sana. Los niños norteameri­canos reciben a menudo unas 30 vacunas durante los primeros seis años de vida, y los niños del Reino Unido, unas 25. En los primeros 15 meses de vida se inyecta en los inmaduros sistemas inmunitarios de los bebés vacunas que incluyen nueve o más antígenos. A pesar de los colosales esfuerzos y de las grandes sumas de dinero gasta­das en la investigación de vacunas, la medicina no ha podido crear una vacuna eficaz contra el cólera, y los fármacos para la malaria no son tan eficaces como una simple planta. Se sigue combatiendo la difteria con programas de inmunización perniciosos incluso cuando esta enfermedad prácticamente ha desaparecido por completo del planeta. Cuando en 1969 se produjo un brote de difteria en Chicago, 11 de las 16 víctimas ya eran inmunes o habían sido inmunizadas contra la difteria. En otro bro­te, 14 de las 23 víctimas eran completamente inmunes. Esto demuestra que la vacu­nación no marca ninguna diferencia desde el punto de vista de la protección contra la difteria; por el contrario, puede incluso incrementar la posibilidad de infectarse.

La vacunación contra las paperas también es muy dudosa. Si bien en un prin­cipio reduce la posibilidad de infección, el riesgo aumenta cuando disminuye la inmunidad. En 1995, un estudio realizado por el Servicio de Laboratorio de Salud Pública del Reino Unido y publicado por The Lancet demostró que los niños que recibían la triple vacuna contra el sarampión/paperas/rubéola (MMR, en sus siglas en inglés) eran tres veces más propensos a sufrir convulsiones que los niños no vacu­nados. El estudio reveló también que la vacuna MMR quintuplicaba el número de niños que sufrían una rara alteración de la sangre.

Es importante destacar que la tasa de mortalidad del sarampión descendió un 95 % antes de que se introdujera la vacuna contra esta enfermedad. En el Reino Unido, a pesar de la vacunación generalizada de los niños de 1 a 2 años de edad, los casos de sarampión se han incrementado recientemente cerca de un 25 %. Estados Unidos ha estado sufriendo un incremento constante de la epidemia de sarampión, aunque (o debido a que) la vacuna del sarampión ha estado vigente desde 1957. Tras unas cuantas alzas y bajas, los casos de sarampión están ahora descendiendo repentinamente de nuevo. El Centro de Control de Enfermedades (CDC) ha reco­nocido que esto podría estar relacionado con el declive general del sarampión en el hemisferio occidental.

Además de estas pruebas, existen muchos estudios que demuestran que la va­cuna contra el sarampión no es eficaz. El New England Journal of Medicine, por ejemplo, señaló en un artículo de 1987 que el 99 % de las víctimas de un brote de sarampión ocurrido en Corpus Christi, en Texas, habían sido vacunadas. En 1987, el 60 % de los casos de sarampión tenía lugar en niños que ya habían sido vacuna­dos en la edad adecuada. Un año después, la cifra ascendió al 80 %.

Se ha comprobado que, además de no proteger contra el sarampión y tal vez incluso de aumentar el riesgo de contraer la enfermedad, la vacuna MMR produce numerosos efectos secundarios. Entre esos efectos adversos se encuentran la encefalitis, complicaciones cerebrales, convulsiones, retraso del desarrollo físico y mental, fiebre alta, neumonía, meningitis, meningitis aséptica, paperas, saram­pión atípico, problemas sanguíneos como trombocitopenia, shock tóxico fatal, ar­tritis, panencefalitis esclerosante, parálisis lateral y también la muerte. Según un estudio publicado en The Lancet en 1985, si los niños desarrollan un «sarampión suave» como consecuencia de haber recibido la vacuna, es posible que la erupción subdesarrollada sea la causa de enfermedades degenerativas como el cáncer en una fase posterior de la vida.

En realidad, el sarampión no es en absoluto una enfermedad infantil peligrosa.

La creencia de que el sarampión puede acarrear la ceguera es un mito que se originó por la gran sensibilidad a la luz que se produce durante la dolencia. El problema se reduce si la habitación se mantiene oscura y desaparece totalmente cuando el enfer­mo se recupera. Durante un tiempo se creyó que el sarampión aumentaba el ries­go de sufrir una infección cerebral (encefalitis), cosa que, como se sabe, sucede en niños que padecen mal nutrición y pobreza. En los niños de clases acomodadas, la infección es tan sólo de un 1 por cada 100.000 casos. Además, menos de la mitad de los niños a los que se les administra la vacuna del sarampión quedan protegi­dos de la enfermedad.

En un estudio que dieron a conocer las autoridades sanitarias alemanas, y publi­cado en un número de la revista The Lancet de 1989, se informaba de que la vacuna de las paperas había causado 27 reacciones neurológicas específicas, entre ellas me­ningitis, convulsiones de fiebre, encefalitis y epilepsia. Un estudio de la antigua Yugoslavia vinculó directamente 1 de cada 1.000 casos de encefalitis de paperas con la vacuna. La publicación Pediatric Infectoius Disease Journal, de Estados Uni­dos, informó en 1989 de que la proporción varía entre 1 de cada 405 y 1 de cada 7.000 vacunaciones contra las paperas.

Sin embargo, aunque las paperas constituyen por lo general una enfermedad benigna, mientras que la vacuna tiene efectos secundarios adversos, aún se sigue in­cluyendo en la triple vacuna MMR. Y lo mismo sucede en el caso de la vacuna de la rubéola, pues se sabe que causa artritis hasta en un 3 % de los niños y hasta en un 20 % de las mujeres adultas a las que se les administra. En 1994, el Ministerio de Sanidad de Estados Unidos admitió que el 11 % de quienes reciben la primera dosis de la vacuna de la rubéola sufrirá artritis. Los síntomas oscilan desde dolores ligeros a muy intensos. Otros estudios demuestran que existe un 30 % de posibilidades de desarrollar artritis en respuesta directa a la vacuna de la rubéola.

Ciertas investigaciones señalan que la vacuna de la tos ferina es tan sólo efectiva en un 36 % de los niños. Un informe del catedrático Gordon Stewart, publicado en 1994 en World Medicine, demostró que los riesgos de la vacuna de la tos ferina su­peran a los beneficios de la misma. La vacuna de la tos ferina o pertussis es de lejos la más peligrosa de las vacunas. La DTP (triple vacuna: difteria, tétanos, pertus­sis), una vacuna utilizada en Estados Unidos hasta 1992, contiene el carcinógeno formaldehído y metales tóxicos tan peligrosos como mercurio y aluminio. Tanto la DTP como su versión «mejorada», la DTaP, nunca han sido ensayadas para deter­minar su seguridad, sino sólo su eficacia.

Se ha demostrado que la nueva vacuna no es mejor que la antigua. Ambas ver­siones causan muertes, convulsiones y retrasos del desarrollo y obligan a hospita­lizar a muchos de sus receptores. La DTaP (la antigua DTP) se administra a niños de tan sólo seis semanas, aunque la vacuna no se ha probado nunca en este grupo de edad. Entre los 17 problemas de salud que puede causar la vacuna contra la tos fe­rina se encuentra el síndrome de la muerte súbita del lactante (SIOS, en sus siglas en ingles).

Según cálculos realizados por la Universidad de California en Los Ángeles, cada año mueren mil niños estadounidenses a consecuencia directa de la vacuna.

Los programas de inmunización contra la polio no han reportado más benefi­cios que los económicos a sus fabricantes. El científico que erradicó la polio sospe­cha que los casos de polio ocurridos en Estados Unidos desde la década de 1970 han sido causados por los virus activos utilizados en las vacunas. En Finlandia y Suecia, donde está prohibido el uso de virus activos para las vacunas de la polio, no se ha producido ni un solo caso de polio en diez años. Si los virus activos que se usan como vacuna causan polio actualmente, cuando las medidas de higiene son por lo general altas, podría ser que las epidemias de polio de hace 40 o 50 años también fueran causadas por la inmunización contra la polio, cuando la higiene, la sanidad, la salubridad, el hacinamiento y el nivel nutricional eran todavía muy deficitarios. En Estados Unidos, los casos de polio se incrementaron un 50 % entre 1957 y 1958 Y un 80 % de 1958 a 1959, después de la vacunación a gran escala. En cinco estados norteamericanos, los casos de polio se duplicaron después de que se administrara la vacuna a gran parte de la población. Tan pronto como la higiene y las medidas sanitarias mejoraron, a pesar de los programas de vacunación, esa enfermedad vírica desapareció. Sea cual fuere la causa por la que se produjeron brotes de polio en el pasado (véase el apartado sobre la vacunación natural), es muy dudoso que hoy en día se siga vacunando en muchos países a toda la población contra una enfermedad que ni siquiera existe ya. Ello hace que se planteen más interrogantes acerca de los motivos que hay tras la vacunación contra la polio.

Por otra parte, la historia de algunas de las infecciones del virus del simio 40 (SV40) en humanos se asocia al uso de las vacunas contra la polio. Según el Ameri­can Journal of Medicine, muchos estudios describen la presencia del SV40 de la va­cuna de la polio en tumores cerebrales y cáncer de huesos, mesoteliomas malignos y linfomas no Hodgkin en humanos. La vacuna de la polio parece más vinculada aún a los cánceres, especialmente en los niños. Los cánceres causados por el uso de la vacuna contra polio en el pasado aún acaban con la vida de 20.000 personas al año, cifra que es intolerable teniendo en cuenta que la polio como tal no ha causado la muerte de nadie desde hace mucho tiempo.

Vacunaciones involuntarias

La gran mayoría de las vacunas -tanto para niños como para adultos- son innece­sarias. Ocasionan cientos de muertes al año por reacciones adversas que no se ha­brían producido de no existir las vacunaciones masivas. En la mayoría de países es necesario someter a los niños a los programas de vacunaciones y, en caso contrario, se considera negligencia. Así, según un reciente comunicado de las autoridades del condado de Maryland, en Estados Unidos, los padres que no sometan a sus hijos a las vacunaciones obligatorias podrán ser condenados a penas de cárcel. El Fiscal General de Estado, Glenn F. Ivey, declaró con vehemencia que procedería por la vía penal contra los padres que rehusaran llevar a sus hijos a los juzgados a ser va­cunados allí mismo con vacunas que contienen metilmercurio. El 17 de noviembre de 2007 se ordenó a un total de 1.600 alumnos y a sus padres que comparecieran en el juzgado de su distrito para que les administraran a los niños las vacunas pre­ceptivas. Ahora, los padres se arriesgan a perder a sus hijos por culpa del autismo, de lesiones cerebrales o de consecuencias fatales causadas por ese agente químico extraordinariamente tóxico, o bien a ir a la cárcel al tratar de proteger a sus hijos de la tiranía médica del estado.

Además de los niños, indefensos frente al asalto de la vacunación, también los soldados han sido el blanco de vacunaciones masivas. Las tropas de Estados Uni­dos, por ejemplo, tienen que someterse a todo tipo de vacunas en nombre de su plena disponibilidad para la guerra. Los militares, hombres y mujeres, soportan innumerables inyecciones a fin de estar «protegidos» de biotoxinas como la viruela, el ántrax, la ricina, etc.

Muchos soldados han muerto a causa de los agentes químicos no testados pre­sentes en las vacunas, y otros han enfermado gravemente por el mismo motivo. Al igual que las mujeres implicadas involuntariamente en las pruebas con ultrasoni­dos, los soldados han pasado a servir de cobayas en la experimentación masiva de fármacos. ¿De qué otro modo si no podría la industria farmacéutica probar legal­mente productos tóxicos en seres humanos?

La vacunación es obligatoria entre los soldados; aquellos que rehúsan vacu­narse se enfrentan a un consejo de guerra y a la prisión, o, en último extremo, a una deshonrosa baja del ejército. Entre los efectos secundarios más comunes, de­rivados de las más de un millón de vacunas administradas hasta el momento a los soldados norteamericanos se encuentran dolores de articulaciones, fatiga extrema y pérdida de memoria. Actualmente está en marcha una iniciativa de apoyo a los soldados en defensa de su derecho a negarse a ser vacunados. Esperemos que lo consigan.

Prevenir las enfermedades mediante vacunas es un gran negocio, y el mejor cliente es el Ministerio de Defensa de Estados Unidos. Si no fuera por los militares, los laboratorios farmacéuticos dejarían de producir vacunas. Éstas tienen que ven­derse a precios razonablemente bajos y además han de reformularse constantemente (lo cual es muy costoso) a fin de responder a las constantes mutaciones de los micro­bios. En tiempos de guerra, la industria de las vacunas cobra vida y florece, ya que entonces encuentran un mercado perfecto millones de vacunas de varios tipos. Hay garantías de que no se producirán juicios por responsabilidad ni importantes obje­ciones por parte de nadie. Como tampoco un verdadero control de seguridad. Para asegurar los miles de millones de dólares de beneficio a las empresas fabricantes, la FDA declara «seguras» unas vacunas que prácticamente no se han probado. De este modo crece la economía, pero también se vuelve más enferma. Claro que entonces necesitamos las enfermedades para que la economía siga creciendo.

La vacunación ya no tiene ningún sentido

¿O alguna vez lo tuvo? Los tan cacareados logros de la última vacuna contra la me­ningitis causada por Haemophilus influenzae de serotipo b (Hib) también parecen estar infundados. Según un estudio favorable a las vacunas, publicado en 1993 en el Journal of the American Medical Association, en los niños del grupo controlado que no recibió la vacuna también se experimentó una enorme reducción de los casos de infección por Hib: del 99,3 al 68,5 por 100.000.

El último problema derivado del uso de vacunas es que éstas pueden hacer que el cuerpo desarrolle «mutantes» víricos e incluso que se extienda una nueva enfer­medad a gran escala entre la población. Puesto que los mutantes víricos se detectan en muy raras ocasiones en la sangre de los donantes, pueden transmitirse con gran facilidad a través de las transfusiones. Así, las vacunas originales pueden eliminar las cepas de virus conocidas que causan esas diferentes enfermedades, pero al mis­mo tiempo hacen que se desarrollen nuevas cepas mutantes.

Las investigaciones demostraron también que una simple inyección de cual­quier tipo puede aumentar cinco veces el riesgo de sufrir una parálisis. La polio, por ejemplo, es más común en países en vías de desarrollo, donde los niños reciben más inyecciones que en los países industrializados. Un estudio publicado en 1995 en el New England Journal of Medicine demostró que la administración de la vacuna de la polio ocasionaba brotes de esa enfermedad.

Un informe publicado en 1993 por el Instituto de Medicina de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos afirmó que prácticamente todas las vacu­nas administradas a los niños habían demostrado en algún momento causar com­plicaciones, entre ellas shocks, convulsiones o parálisis. El problema reside en que se espera que el organismo de un niño haga frente no sólo a un tipo de producto tóxico contenido en una vacuna, sino a diferentes sustancias tóxicas que contienen las nueve vacunas que se le llegan a administrar. Muchos niños han muerto o se han quedado para siempre afectados de alguna lesión cerebral días después de la vacunación. En muchos casos, no obstante, los efectos secundarios de las vacunas son menos devastadores, pero aun así suficientemente graves para examinar las ra­zones por las que no se ha informado a los padres. Hay muchos países en los que los padres se ven forzados por ley a vacunar a sus hijos.

La histeria infundada de la vacunación

Se sabe que en el caso de algunas enfermedades como el sarampión, la varicela o la escarlatina, una vez pasado el brote, la persona queda inmunizada durante toda la vida. Es muy raro que se vuelva a contraer el sarampión o la escarlatina.

Los conceptos médicos del siglo XIX se basaban parcialmente en los conoci­mientos de Hipócrates, médico de la Grecia antigua, quien observó que una en­fermedad manifiesta signos y síntomas que van del interior de los órganos vitales y de la circulación de la sangre a la superficie del cuerpo. Esos síntomas pueden manifestarse a menudo en forma de sarpullido, hemorragia, mucosidad o pus. Se consideraba que esa «descarga» en el transcurso de una enfermedad era una res­puesta natural del cuerpo con la que se esperaba que éste recuperara su equilibrio.

Hipócrates percibió esa actividad del cuerpo como la cocción y digestión (pepsis) de nuestras toxinas internas durante una enfermedad inflamatoria. También se ob­servó que la inmunidad o la protección frente a una enfermedad se producía cuan­do la persona había sufrido esa enfermedad previamente. Hoy en día concebimos la enfermedad como un enemigo contra el que tenemos que luchar.

Contrariamente a lo que se cree, una enfermedad infecto-contagiosa no em­pieza cuando nos exponemos a un virus o a una bacteria y nos infectamos, sino cuando nuestro cuerpo lanza su respuesta. La magnitud de la respuesta de nuestro cuerpo (la gravedad de la enfermedad) no viene determinada por la magnitud de la infección, sino por nuestra resistencia y fortaleza. La fuerza curativa que emplea el cuerpo depende de muchos factores, entre otros las emociones, la espiritualidad, la dieta, el estilo de vida, el entorno, etc. Nuestra inmunidad no depende en absoluto de que hayamos sido vacunados contra agentes infecciosos. El factor fundamental de la inmunidad radica en la capacidad de nuestro sistema inmunitario para mantener a raya o combatir los gérmenes. Cuando la respuesta inmune es débil, lo más pro­bable es que los gérmenes nos infecten. En general, sin embargo, la mayoría de las «invasiones» de gérmenes suceden silenciosamente, sin molestarnos siquiera. Los síntomas de la enfermedad se manifiestan tan sólo cuando el sistema inmune deci­de que es necesario defenderse de influencias nocivas.

Louis Pasteur (1822-1825) fue el primer investigador que dio por supuesto que las enfermedades eran producidas por gérmenes. Según la teoría de Pasteur sobre los gérmenes, éstos nos invaden porque nos necesitan para su propia supervivencia, pero no nos aportan nada a cambio. En un principio creía que las enfermedades in­fecciosas e inflamatorias son el resultado directo del festín que se dan los gérmenes a nuestra costa. En los estudios microscópicos de los tejidos afectados por esas enfer­medades, Pasteur, Koch y sus colegas observaron repetidamente que los gérmenes proliferaban mientras que muchas de las células anfitrionas morían. Estos investi­gadores llegaron a la conclusión de que atacaban y destruían células sanas, desenca­denando de ese modo el proceso de la enfermedad. Aunque esa idea resultó errónea, ya había hecho mella en el mundo de la ciencia y la falsa idea de que los gérmenes causan infecciones se convirtió en realidad incontestable. Hoy en día, en el sistema médico moderno, esa idea sigue prevaleciendo como una «verdad científica».

Pasteur podría haber llegado fácilmente a la conclusión de que las bacterias se sienten atraídas de modo natural por los lugares donde hay células muertas, del mismo modo que les atrae la materia orgánica en descomposición en cualquier lugar de la naturaleza. Las moscas, las hormigas, los cuervos, los buitres y, por su­puesto, las bacterias se sienten atraídos por la muerte. ¿Por qué iba a ser diferen­te en nuestro cuerpo? Las células débiles, dañadas o muertas del cuerpo son tan propensas a la invasión de los gérmenes como cualquier fruta demasiado madura. Pasteur y todos los investigadores que siguieron sus pasos optaron por ver a los gér­menes como animales predadores o carroñeros. Si hubieran dado por sentado que las células mueren por razones bioquímicas no aparentes (como la acumulación de toxinas), nuestro concepto de la enfermedad y de la muerte sería totalmente dife­rente al actual. Habríamos crecido con la idea de que una enfermedad inflamato­ria e infecciosa no puede atribuirse, en última instancia, a los gérmenes, sino que tiene que originarse en las diversas flaquezas humanas que necesitan las fuerzas de la descomposición y la muerte. Los gérmenes sólo nos resultan tóxicos cuando se enfrentan a los venenos que creamos; nuestro cuerpo no lucha contra los gérmenes porque éstos sean enemigos. Una reacción del sistema inmune, como la fiebre alta o el agotamiento de la energía, significa que el organismo se está limpiando de sus­tancias nocivas que, de otro modo, le llevaría a un descalabro total. En situaciones de extrema toxicidad, el sistema inmunitario puede estar tan anegado en las sus­tancias tóxicas que trata de eliminar que incluso puede llegar a ser incapaz de salvar al cuerpo. En un tercer supuesto, el sistema inmune no responde ni a las sustancias tóxicas ni a los gérmenes y no aparecen síntomas de enfermedad aguda (ni fiebre, ni inflamación, ni dolor). El resultado es una enfermedad crónica y debilitadora cono­cida como trastorno alérgico o autoinmune.

Cuando el sistema inmune ha restablecido efectivamente las funciones del orga­nismo, el cuerpo adquiere inmunidad frente a los gérmenes que iniciaron la misión de rescate. La ciencia de la vacunación ha buscado la manera de conseguir una in­munidad definitiva frente a una enfermedad infecciosa e inflamatoria sin tener que sufrir antes esa enfermedad. Se supone que si se tienen en la sangre los anticuerpos de ciertos gérmenes causantes de una enfermedad, automáticamente uno queda pro­tegido frente a ellos. Sin embargo, no hay pruebas que demuestren que la protección contra los gérmenes se deba a la presencia de anticuerpos o a una respuesta inmuno­lógica sana. Lo más probable es que lo cierto sea esto último, a menos que los com­ponentes tóxicos de las vacunas hayan dañado o paralizado el sistema inmunitario.

Sólo cuando el número de gérmenes o si velocidad de desarrollo supera cierto umbral, el sistema inmune los reconoce y responde con la formación de anticuerpos específicos frente al microbio particular que la ha provocado. La presencia masiva de gérmenes indica que el tejido celular ha resultado dañado o debilitado a causa de la acumulación de desechos ácidos. En esta fase de la infección, las cosas se des­controlan gravemente y prolifera toda una caterva de gérmenes que provocan una reacción defensiva total del sistema inmunitario. Esto es lo que los médicos llaman «respuesta inflamatoria aguda». Los síntomas suelen incluir fiebre, liberación de hormonas del estrés de las glándulas adrenales, incremento del flujo de sangre, linfa y mucosidad y afluencia de glóbulos blancos a la zona inflamada. La persona afecta­da se siente mal y puede llegar a tener dolores, náuseas, vómitos, diarrea, debilidad y escalofríos. El sudor y la eliminación de fluidos es una respuesta del cuerpo que indica que el sistema inmune está sano. Una persona realmente enferma no podría presentar ya ese tipo de respuestas curativas.

Una vez que se ha superado con éxito determinada enfermedad, es menos pro­bable que se vuelva a contraerla. De algún modo, la enfermedad y nuestra respuesta a ella es lo que nos inmuniza. Pero es más que dudoso que una vacuna consiga lo mismo forzando al cuerpo a generar anticuerpos contra unos gérmenes que parecen causar una infección. Se ha podido ver en repetidas ocasiones que a pesar de que un individuo haya sido vacunado contra determinada enfermedad, puede desarro­llar dicha enfermedad de la que supuestamente está protegido, o algo peor. La mera presencia de unos anticuerpos específicos no significa que éstos protejan al indivi­duo de ninguna enfermedad, ya que sólo el sistema inmune puede hacerla. Si bien es cierto que la ciencia sabe cómo crear anticuerpos mediante la vacunación, se da por supuesto, erróneamente, que proporciona al sistema inmune una fortaleza que éste sólo puede desarrollar- reexperimentando determinada enfermedad. Los anti­cuerpos no bastan para aportar inmunidad. Se sabe que ciertas dolencias, como 105 brotes de herpes, pueden surgir repetidamente aunque el nivel de anticuerpos sea alto. Independientemente de que se tengan o no anticuerpos, la inmunidad frente a esas enfermedades infecciosas sólo puede conferirla nuestro sistema inmune celu­lar. La teoría de que si se expone al organismo a los gérmenes de una enfermedad se desencadena una respuesta similar a la generada durante el proceso real de la enfer­medad es totalmente errónea.

¿Se basa la necesidad de las vacunas en errores estadísticos?

Como ya se ha mencionado anteriormente, la idea de vacunar al organismo para protegerlo de posibles enfermedades infecciosas procede del famoso Louis Pasteur, considerado el pionero de la vacunación. En 1993, el historiador Gerald L. Geison hizo públicos los cien diarios privados de Pasteur. Sorprendentemente, sus anota­ciones diarias destacaban los resultados negativos de sus experimentos con las va­cunas, mientras que los datos publicados presentaban los experimentos como logros revolucionarios. Los resultados publicados de los experimentos más espectaculares con las vacunas fueron, por tanto, fruto de un completo fraude. La autenticidad de su investigación nunca se cuestionó hasta que las investigaciones oficiales revelaron que los programas de vacunación comportaban un aumento extraordinario de las enfermedades que supuestamente tenían que erradicar.

Los análisis de las estadísticas oficiales de diversos países y de la reaparición histórica de la viruela, la difteria, el cólera, la fiebre tifoidea, la poliomielitis, la tuberculosis, la bronquitis, el tétanos, etc. revelaron resultados sorprendentes. En Francia, por ejemplo, la difteria aumentó a niveles sin precedentes con el inicio de una campaña de vacunación obligatoria e inmediatamente volvió a descender cuando la vacuna fue retirada del mercado. En Alemania, la situación no fue muy diferente cuando entre 1925 y 1944 se impuso la vacunación obligatoria masiva contra la difteria. En ese periodo de tiempo, el número de víctimas de la difteria aumentó de 40.000 a 240.000, con una mayor incidencia de la infección en los pacientes vacunados. En 1945, al final de la Segunda Guerra Mundial, en Alema­nia no había vacunas disponibles y, en unos cuantos años, el número de enfermos descendió a 50.000.

Los datos estadísticos demuestran que la mayoría de esas enfermedades expe­rimentaron un rápido y continuo declive bastante antes de la introducción de los programas de vacunación. Las grandes epidemias aparecieron cuando la población rural empezó a trasladarse a las grandes ciudades. Las calles solían utilizarse como vertederos de basuras que contaminaron el aire y el agua y se convirtieron en fuente de enfermedades infecciosas. Sólo la limpieza a fondo de las ciudades congestio­nadas y la mejora de la higiene, el saneamiento y la vivienda pudieron detener las epidemias y aportar grandes avances en el ámbito de la salud individual y colectiva. Los programas de vacunación no tuvieron nada que ver en todo ello.

Cómo inmunizarse de un modo natural

Según parece, los seres humanos tendemos a ir de un extremo a otro. Ahora, el equilibrio natural entre inmunidad y presencia de gérmenes se ha vuelto a romper una vez más, pero esta vez por un énfasis exagerado en las medidas higiénicas. Un exceso de higiene puede llegar a inhibir el desarrollo inmunitario natural frente a los agentes causantes de enfermedades. Así, por ejemplo, el agente que causa la po­liomielitis es muy común en algunas poblaciones indígenas, pero para ellas el virus es totalmente inofensivo. Estas poblaciones se inmunizan al estar en contacto di­recto con la naturaleza y también con la suciedad. Raramente se lavan las manos antes de comer y cualquier cosa que se introduzcan en la boca con el alimento les ayuda a desarrollar una resistencia natural frente a los microorganismos nocivos.

En el hemisferio occidental, la poliomielitis sólo llegó a ser una enfermedad peligrosa a comienzos del siglo pasado, con la implantación de unas condiciones de higiene óptimas. Una exposición regular a la suciedad y a los microorganis­mos mantiene las defensas en pleno funcionamiento y a los individuos con todas sus fuerzas e inmunizados de una forma natural. Por otra parte, el incremento de las medidas higiénicas era necesario en las grandes ciudades con zonas den­samente pobladas donde había poca ventilación y los sistemas de saneamiento eran pésimos.

Las poblaciones indígenas no tenían esas necesidades. Si así lo requerían, forta­lecían su sistema inmune con luchas rituales entre sí o bien dañándose la piel. Deja­ban que las heridas supuraran, lo cual, según se sabe hoy en día, es una manera muy eficaz de fortalecer la propia inmunidad. Para ellos, sangrar era un acto de supervi­vencia en tiempos de consumo continuado de carne, cuando no podían disponer de otros alimentos; ello les ayudaba a mantener la sangre fluida y a reducir el exceso de proteínas en el cuerpo, el cual de otro modo les habría provocado enfermedades graves.

Muy a menudo los niños se hieren «accidentalmente» o incluso llegan a comer suciedad porque su sistema inmunitario está agotado y necesita un incentivo para poder hacer frente a problemas más serios. Así pues, cuando uno se corta sin querer, debe intentar verlo desde una perspectiva holística. Puede que exista un exceso de proteína en la sangre o en los vasos sanguíneos y esa hemorragia aligere la sangre y evite problemas cardiacos. Este mecanismo autorregulador es muy poderoso y nos ayuda a mantenemos más sanos que con cualquier programa de vacunación o que los suplementos de vitaminas y minerales. Esta forma inespecífica de inmunidad puede ser necesaria de vez en cuando a fin de mantener la flora intestinal fuerte y sana (dos tercios de nuestro sistema inmune está localizado en el tracto intestinal). Para mantenernos sanos e inmunes, necesitamos luchar diariamente contra los virus y las bacterias.

En un reciente estudio realizado en el Instituto de Salud Infantil de la Universi­dad de Bristol, en el Reino Unido, se observaron detenidamente, durante siete años, los aspectos cotidianos de la vida de 14.000 niños. Se llegó a la conclusión de que un exceso de limpieza puede afectar la salud del niño, debilitar su sistema inmu­nitario y hacerle más propenso a padecer enfermedades como el asma. Hace unas cuantas décadas, enfermedades como el asma, los eczemas y la fiebre del heno apenas existían. Hoy en día, nada menos que un tercio de la población sufre alergias. Los científicos saben ahora que nuestra obsesión por la última fórmula germicida y un uso excesivo de agua y jabón pueden explicar muy bien por qué en Occidente sufrimos tal avalancha de virus, enfermedades autoinmunes y alergias.

El principio de «lo que no se utiliza se vuelve inútil» se puede aplicar también a nuestro sistema inmunitario: éste necesita adaptarse diaria y regularmente a las bacterias y a los gérmenes para ejercer su capacidad de discernir aquello que es ver­daderamente dañino. Una higiene estricta reduce en gran medida el número de bacterias y de otros agentes infecciosos que el sistema inmune necesita para resultar más fuerte y eficaz. Las alergias aparecen cuando ese sistema percibe las partículas inocuas (polvo del hogar, polen, etc.) como si fueran invasores peligrosos a los que nunca antes se había expuesto. Para hacerles frente, el cuerpo los cubre de toxinas, lo que a su vez provoca inflamaciones, picores, hinchazones y otros síntomas como el moqueo incesante de la nariz. El estudio británico descubrió, por ejemplo, que los niños que se lavan la cara y las manos tres veces al día y se bañan una vez al día también sufren una mayor incidencia de asma que los niños que usan el agua y el jabón con menor frecuencia.

Los niños de familias numerosas son también menos proclives a sufrir asma o fiebre del heno. Cuando hay muchos niños viviendo bajo el mismo techo, constan­temente entran infecciones en la casa, lo que significa que el sistema inmune tie­ne que estar alerta y en marcha casi constantemente. Si se produce una infección como una reacción natural del cuerpo frente a la invasión de las bacterias, el siste­ma inmune produce «células combatientes» llamadas anticuerpos. Pero cuando esta respuesta normal, es decir, una infección, se debilita o elimina con desinfectantes artificiales o antibióticos, el sistema inmune deja de fabricar anticuerpos, se dete­riora y empieza a fallar. Por el contrario, si se deja que la infección siga su curso, el sistema se fortalece y se torna después más resistente a los gérmenes.

La higiene exagerada y el miedo a las infecciones suelen ir de la mano. Muchas de las personas que no utilizan métodos naturales para fortalecer el sistema inmune se obsesionan con las infecciones; para ellas, los antibióticos y las vacunas también son ineficaces.

Las vacunas: un atentado contra el cuerpo, el cerebro y el espíritu

Las vacunas están constituidas por proteínas, material vírico y bacteriano, conser­vantes, neutralizadores y agentes portadores. La vacuna contra la meningitis bac­teriana está realizada con sesos y corazones de vaca, además de otros componentes altamente tóxicos. En enero de 1997, alarmadas por la aparición de la enfermedad de las vacas locas, las autoridades italianas retiraron esta vacuna por miedo a que causara la versión humana de esa enfermedad. El cuerpo humano, al inyectarle tal cóctel de sustancias destructivas y extrañas en el torrente sanguíneo, apenas tiene oportunidad alguna de neutralizar las toxinas.

En circunstancias normales, cualquier comida o bebida tiene que pasar por las membranas de las mucosas, las paredes intestinales o el hígado antes de po­der penetrar en zonas tan importantes del organismo como la sangre, el corazón o el cerebro. La súbita aparición de una sustancia tóxica en el torrente sanguíneo se contrarresta a menudo con un contraataque del sistema inmunitario, el cual utiliza toda una serie de anticuerpos para evitar la muerte por envenenamiento (reacción alérgica). Esta respuesta alérgica puede conducir a un colapso repentino y, en ocasiones fatídico, llamado choque anafiláctico. Entre las causas que pueden originarlo están las vacunas de la difteria, el tétanos, la hepatitis B y la tos ferina. El sistema inmune de un cuerpo joven no está suficientemente maduro para afron­tar tal avalancha.

No menos peligroso es el síndrome de Guillain-Barré, que conduce a la pará­lisis y está causado por las vacunas del sarampión, la difteria, la gripe, el tétanos y la vacuna oral contra la polio. Esto no es nada extraño si se tiene en cuenta la gran carga de toxicidad que contienen las vacunas. Se sabe que los niños con un sistema inmune debilitado sufren muchos más problemas de salud que los que tienen una constitución y un sistema inmune más fuerte. Aun así, las vacunas se administran sin tener en cuenta las condiciones de salud de los niños. En la infancia, muchos pequeños ni siquiera tienen la oportunidad de llegar a fortalecerse, puesto que se les inocula un montón de toxinas contra las que están indefensos. En esta etapa de su desarrollo, un niño no ha adquirido todavía una inmunidad natural completa y su capacidad para autoprotegerse es escasa.

Cada vez existen más pruebas de que las enfermedades crónicas, como la artri­tis reumatoide, la encefalitis, la esclerosis múltiple, otras formas de cáncer e incluso las enfermedades del sida están vinculadas a las vacunas que se administran en las primeras etapas de la vida. La artritis reumatoide es una enfermedad inflamatoria de las articulaciones de la que se sabía que afectaba tan sólo a las personas mayo­res. Sin embargo, recientemente, esta dolorosa enfermedad se ha extendido entre los jóvenes y el origen de este fenómeno se ha localizado en las vacunas contra el sarampión y la rubéola.

Investigadores de la FDA descubrieron que las vacunas, en especial la de la he­patitis B, pueden causar la pérdida de cabello. Se calcula que cada año hay 50.000 norteamericanos más que sufren alopecia debido a la vacunación. El informe fue publicado en el Journal of the American Association en 1997.

Es casi imposible estimar el daño y el sufrimiento que ha ocasionado y ocasio­nará en el futuro la falta de información sobre los peligros de los modernos progra­mas de vacunación. Los padres quieren lo mejor para sus hijos y llevan la pesada carga de la responsabilidad de mantenerles sanos y salvos. Una información errónea puede crear un gran conflicto a los padres, pues éstos, obviamente, no desean en absoluto desatender la salud de sus hijos ni causarles ningún daño.

La mayoría de las autoridades sanitarias no son precisamente de gran ayuda a la hora de respaldar a los padres a optar por aquello que sea lo mejor para sus hijos. A pesar de las pruebas contundentes sobre los daños que producen, como los que se citan a continuación, oficialmente siguen respaldando el uso de las vacunas. Por ejemplo, el empleo de timerosal, un conservante que contiene mercurio, está aso­ciado al autismo. A pesar de que esto está demostrado, se sigue añadiendo mercu­rio a las vacunas en cantidades absolutamente peligrosas, considerando que se trata de una conocida neurotoxina. Un reciente estudio realizado por la Universidad de Calgary demostró que los iones de mercurio alteran las membranas celulares de las neuronas en desarrollo de los bebés y de los niños pequeños, lo que contribuye al autismo.

A finales de la década de 1990, en Estados Unidos, el Servicio de Salud Pública y la Academia Norteamericana de Pediatría solicitaron a las empresas farmacéuticas que eliminaran el timerosal de las vacunas infantiles. ¿Y por qué? Pues bien, en un estudio que evaluaba las estadísticas del CDC (Centro de Control de Enfermeda­des), los investigadores encontraron pruebas de que los niños a los que les ponían tres vacunas con timerosal eran 27 veces más propensos a desarrollar autismo que los niños que recibieron vacunas sin ese componente. Es decir, un incremento del 2.700 %. ¿Hacen falta más pruebas? Al parecer, el gobierno actual (2007) de Esta­dos Unidos las necesita.

A pesar de que prometiera lo contrario en la campaña presidencial de 2004, el presidente Bush ha anunciado que vetará la Ley de créditos para la salud, servicios humanos, trabajo y educación que contemplaba la prohibición de las vacunas in­fantiles que contengan timerosal por razones de costes. Hoy por hoy, a pesar de las advertencias, se siguen recomendando vacunas antigripales que contienen timero­sal para todas las mujeres embarazadas, bebés y niños, por mucho que el Instituto de Medicina hubiera recomendado en 2001 que esos grupos de población no de­bían recibir vacunas que contengan timerosal. Una de cada seis mujeres en edad fértil tiene suficiente mercurio en la sangre para causar un trastorno neurológico en su hijo nonato, según la Agencia de Protección del Medio Ambiente de Estados Unidos.

¿Es una mera coincidencia que los índices de autismo aumentaran cuando el CDC decidió prorrogar la campaña de vacunación recomendada para niños en 1988? En la década de 1980, la incidencia del autismo era tan sólo de 6 casos por cada 10.000 niños. Hoy en día, 1 de cada 150 niños es autista, aunque en algunas regiones el autismo afecta a 1 de cada 50 niños. La FDA ha reconocido que el time­rosal puede ser una neurotoxina (sabe muy bien que el mercurio es una neurotoxi­na), y en 2004 declaró que el timerosal contenido en las vacunas estaba asociado al autismo. En 2003 había 1,5 millones de niños autistas en Estados Unidos, que sumaron 90 millones de dólares al año a los ya exorbitantes costes de la sanidad.

Según el doctor Davis, antiguo investigador sobre vacunas que trabajó duran­te muchos años en los laboratorios de las principales empresas farmacéuticas y del Instituto Nacional de la Salud del Gobierno de Estados Unidos (el verdadero nom­bre del investigador no se pueden citar aquí por razones obvias), todas las vacunas son peligrosas para la salud. En una entrevista declaró que las vacunas hacen que el sistema inmune inicie un proceso que pone en peligro la inmunidad. “En rea­lidad, pueden ocasionar la enfermedad que se supone que han de evitar. Pueden causar enfermedades distintas de las que se supone que han de evitar”, afirma el científico.

En su trabajo con diferentes vacunas, el doctor Davis descubrió varios agentes contaminantes en ellas. En el caso de la vacuna Rimavex contra el sarampión, de­tectó varios virus del pollo. En la vacuna contra la polio encontró acantamoeba, una ameba que ataca al cerebro, y el citomegalovirus del simio. También descubrió espumavirus en la vacuna de rotavirus y el virus de la leucosis aviar en la triple va­cuna MMR. En la vacuna contra el ántrax encontró diversos microorganismos, y en otras muchas vacunas, inhibido res de enzimas potencialmente peligrosos. Des­cubrió virus de patos, perros y conejos en la vacuna de la rubéola, leucosis aviar en la vacuna de la gripe y pestivirus en la vacuna MMR.

Lo que la mayoría de la población no sabe es que algunas vacunas contra la po­lio, adenovirus, rubéola, hepatitis A y sarampión se han creado a partir de tejidos de fetos humanos abortados. El doctor Davis descubrió que lo que él pensaba que eran fragmentos bacterianos y poliovirus de esas vacunas podían provenir de tejidos fe­tales. Encontró también «fragmentos» de cabellos y mucosidad humanos. Dejando de lado esos elementos contaminantes, cabe destacar que en las vacunas se introdu­cen intencionadamente sustancias químicas como formaldehído, mercurio y alu­minio. Dejo a la imaginación del lector qué puede suceder en el panorama sanitario de nuestras generaciones futuras si a día de hoy se les está inyectando directamente en la sangre esos cócteles de productos tóxicos letales.

El doctor Davis admitió que no se han realizado estudios a largo plazo de nin­guna de las vacunas, y que tampoco se hace un seguimiento cuidadoso de las mis­mas. Si se parte del supuesto de que las vacunas no causan problemas, ¿por qué habría que comprobarlas? Además, la reacción frente a una vacuna se define como una reacción inmediata, de modo que se espera que las reacciones negativas sur­jan al poco tiempo después de recibir la inyección. Pero, obviamente, una vacu­na actúa en el cuerpo durante bastante tiempo después de haberla recibido. Una reacción puede ser paulatina, del mismo modo que una sustancia química puede actuar paulatinamente. Los problemas neurológicos se desarrollan con el tiempo. En realidad, una vacuna que contenga mercurio no mostrará ninguna señal hasta al cabo de varios meses. ¿Y quién prueba o analiza las razones por las que un niño «se vuelve» autista sin razón aparente? Los que administran las vacunas afirman que «esta vacuna es segura». ¿Cómo pueden estar seguros si no hay ningún estudio científico que respalde esa afirmación y no se están realizando pruebas que avalen esa garantía? Lo cierto es justamente lo contrario: existen numerosas pruebas que demuestran que las vacunas no son seguras.

En Estados Unidos y Australia se han formulado últimamente dudas acerca de la efectividad y de los posibles efectos secundarios de Gardasil, una vacuna aproba­da hace poco contra el virus del papiloma humano (HPV, en sus siglas en inglés), de los laboratorios Merck. Esta vacuna se administra a muchachas jóvenes para evitar el cáncer de cuello del útero, que se cobra la vida de 3.700 mujeres al año. El 9 de junio de 2007, en The British Medical Joumal se informó de la muerte de tres mujeres tras recibir esta vacuna; esas muertes se incluyen entre las 1.637 reacciones adversas declaradas en el Judicial Watch, un organismo de control estadounidense. Judicial Watch obtuvo los informes de la FDA gracias a la Ley de acceso a la infor­mación. Los informes habían sido archivados al amparo del sistema de información sobre los efectos adversos de las vacunas de la FDA.

En Melbourne, en Australia, 25 chicas de un instituto católico de enseñanza secundaria experimentaron dolores de cabeza, náuseas y mareos tras haberles admi­nistrado la primera inyección de la vacuna, según informó Age.

Merck, la empresa que fabrica la vacuna, es el mismo laboratorio que creó Vioxx, el fármaco que acabó con la vida de más de 60.000 personas y ha tratado de ocultar los efectos letales del mismo. Aunque el cáncer del cuello del útero puede prevenirse fácilmente con tratamientos no medicamentosos, Merck trata de conseguir que esta medicación sea declarada obligatoria en todo Estados Unidos. El gigante farmacéu­tico no está interesado desde luego en ayudar a unas pocas muchachas que podrían correr el riesgo de desarrollar este tipo de cáncer; lo que desea es abrir el enorme mercado potencial de las vacunas contra el cáncer. Los prospectos de Merck dicen que es importante tener en cuenta que Gardasil no protege a las mujeres de algunos tipos del HPV «ajenos a la vacuna». En otras palabras, aunque las mujeres acepten correr el riesgo y vacunarse, siguen estando expuestas al virus.

Relación entre vacuna y autismo

Muchos médicos actúan como si fuera un crimen que los padres se nieguen a va­cunar a sus hijos. Son médicos que confían ciegamente en las recomendaciones del Centro de Control de Enfermedades (CDC). En octubre de 2004, los representan­tes del CDC anunciaron que a los niños de 6 a 23 meses se les debía administrar la vacuna contra la gripe (que contiene timerosal) dentro del calendario aprobado de vacunaciones. Steve Cochi, director del Programa Nacional de Vacunación, su­brayó el punto de vista oficial del CDC acerca de la posible relación existente entre la vacuna y el autismo, aduciendo la <la Ley de acceso a la información, y como el lector puede imaginar esos datos se extrajeron de los propios archivos del CDC. Me deja perple­jo que una institución concebida para proteger a las personas de las enfermedades apoye y bendiga un tratamiento que implica administrar mercurio a niños con 3, 5 o 7 kg de peso. '

Las estadísticas médicas norteamericanas de los años 1940 a 1970 muestran que el autismo era más común en niños de familias acomodadas. Después de 1970, el autismo se extendió por igual entre todos los grupos de renta. A finales de la década de 1960, ciertos de programas de vacunación que sólo podían permitirse familias con medios se hicieron asequibles a los más pobres. Esta misma tendencia se expe­rimentó en otros países industrializados. Durante los últimos 20 años se ha incre­mentado enormemente la exposición de los niños al mercurio, mientras que la tasa de autismo se disparó del 1 por 10.000 al 1 por 150 casos en el mismo periodo. Si el lector es padre, tendrá que sacar sus propias conclusiones, pero no debería confiar en que los estamentos gubernamentales le protejan a él y a su familia.

Un análisis de las diferentes pruebas realizadas demuestra la existencia de una conexión irrefutable entre vacunas con mercurio y autismo. Según las estadísticas nacionales, 1 de cada 200 niños en Estados Unidos está diagnosticado como autis­ta. Un periodista quiso saber por qué los niños Amish no sufren la misma suerte. Como se sabe, los Amish no dejan que sus hijos se vacunen. Al comprobar estos hechos en una comunidad Amish, el periodista descubrió que había tres niños autis­tas; uno de ellos había sido adoptado en China y había sido vacunado previamente; otro niño era de los pocos niños Amish vacunado, y el tercero tenía un historial de vacunaciones poco claro. A pesar de que las probabilidades de que los niños Amish sin vacunar desarrollen autismo son prácticamente nulas, las autoridades sanitarias siguen insinuando que no saben lo que causa autismo en la infancia e insisten en que las vacunas son seguras y no producen daño alguno.

En otro orden de cosas, los Institutos Nacionales de Salud Mental han conclui­do recientemente que es fundamental que las mujeres embarazadas cuenten con suficiente vitamina D para asegurar el desarrollo adecuado del cerebro del feto. Es también esencial que el cerebro de un niño tenga suficiente cantidad de vitamina D. Puesto que los bebés no reciben vitamina D a través de la leche materna, la única fuente natural para obtenerla es el Sol, como dicta la naturaleza. Incluso una expo­sición moderada al Sol es suficiente para asegurar el desarrollo cerebral. Lamenta­blemente, en los últimos 20 años se ha insistido sobremanera en evitar el Sol, desde que la clase médica empezó a advertir de los peligros de la exposición al mismo. En la actualidad, hay muchos menos padres que dejen que sus bebés tomen el sol, y si lo hacen, les aplican cremas de protección solar e incluso les ponen gafas de sol. Los receptores de vitamina D aparecen en gran variedad de tejidos cerebrales de los be­bés durante el desarrollo de los mismos, y la activación de esos receptores aumenta el desarrollo neuronal del cerebro. Si se tiene un hijo autista, hay que asegurarse de que pasa varias horas al aire libre, y si hace calor, sin ropa, para que pueda recibir el valioso tratamiento solar en todo el cuerpo.

Con un hijo autista, quizás también se desee probar el tratamiento Emotional Freedom Technique (Técnica de Liberación Emocional, EFT, en sus siglas en in­glés). Se han visto grandes mejoras en niños autistas cuyos padres les tratan con esta técnica (el programa está disponible en www.emofree.com). También se ha podido observar grandes avances en niños autistas que han recibido una sesión de Sagrada Santimonia.

Hay otras cuestiones de salud relacionadas con las vacunaciones, entre ellas pequeños trastornos cerebrales, inhibición del crecimiento, dificultades de apren­dizaje, etc. Son trastornos que antes se consideraban irrelevantes, pero ahora los investigadores médicos reconocen que son formas de encefalitis (inflamación del cerebro). Más del 20 % de los niños norteamericanos (uno de cada cinco) sufren ese tipo de problemas. La versión multidosis de la vacuna de la hepatitis B, que común­mente se administra a los recién nacidos antes de abandonar la clínica, sigue conte­niendo timerosal, el conservante que contiene mercurio. El sistema nervioso central de los recién nacidos está totalmente desprotegido frente a esas sustancias tóxicas. Para colmo, la vacuna de la hepatitis B no aporta beneficio alguno al niño.

Se supone que la hepatitis B protege a los adultos de la infección de la hepatitis B y del cáncer de hígado. Muchos de los afectados tienen, además, graves problemas sociales, como el consumo de drogas por vía intravenosa, alcoholismo y desnutri­ción, que incrementan el riesgo de contraer esas enfermedades. Sin duda, los recién nacidos no entran dentro de esos grupos de riesgo y los niños casi nunca sufren he­patitis B o cáncer de hígado. Puesto que la vacuna protege a los niños tan sólo durante unos años, si alguna vez llegan a desarrollar un cáncer de hígado, la vacuna ya habrá dejado de producir efecto. Así pues, es obvio que esta vacuna infantil tan peligrosa es absolutamente innecesaria.

Las pruebas documentadas que demuestran la inutilidad de las vacunas son tan contundentes que en 1986 el congreso de Estados Unidos aprobó una ley federal que estipula que se indemnice a los niños que sufran problemas a causa de ellas. Se­gún la ley, el gobierno ya no es responsable de los daños, sino que son los médicos y los fabricantes de vacunas los que tienen que pagar millones de dólares en com­pensación por los daños. En beneficio de todas las personas implicadas sería de gran utilidad volver a examinar y revaluar la teoría de Louis Pasteur sobre la necesidad o la utilidad de las vacunas. ¿Ha cometido la naturaleza un error tan crucial como para que tengamos que inyectarnos en la sangre sustancias ajenas y tóxicas cuando contamos con un sistema inmunitario tan complejo y maravillosamente desarrolla­do que ni siquiera millones de sofisticados ordenadores pueden imitar su funciona­miento? Eso es bastante improbable.

Cómo permanecer inmunes

El daño que han causado hasta el momento las vacunaciones es muy considerable y supera con creces los problemas que probablemente hubieran surgido de no con­tar con ellas. Existen muchos medios naturales para adquirir inmunidad. Todos los procedimientos y remedios naturales como la Homeopatía pueden ayudar al lector y a su familia a mantener una inmunidad natural contra las enfermedades a lo largo de toda la vida. Según la OMS, «la mejor vacuna contra las enfermedades infecciosas comunes es una dieta adecuada». Los alimentos no procesados y no refi­nados, entre ellos mucha fruta y verdura, ayudan a los niños a desarrollar el sistema inmune natural y a los adultos a mantenerlo.

La ayuda más completa y total que puede recibir un recién nacido para reforzar su sistema inmune es que el médico no corte o pince el cordón umbilical hasta que éste deje de latir y que la madre le amamante. De este modo, el bebé contará con todos los anticuerpos necesarios para formar un sistema inmune capaz de hacer frente en el futuro a cualquier tipo de agente infeccioso. Aunque surjan enfermeda­des, el cuerpo podrá enfrentarse a ellas rápidamente y sin tener secuelas, sacando, por el contrario, provecho de ello.

Según un estudio de 2006 publicado en la revista Pediatrics, la lactancia mater­na debe comenzar en la primera hora de vida del recién nacido. Los investigadores concluyeron que esto podría salvar a un 41 % de recién nacidos que de otro modo morirían en el primer mes de vida. La lactancia materna inmediata no sólo incre­menta la posibilidad de que los niños sigan mamando, sino que además les aporta calostro, la primera leche materna. Está demostrado científicamente que el calostro es rico en anticuerpos y nutrientes esenciales, muy importantes para crear un sistema inmune desde el principio de la vida. Amamantar desde un primer momento ayuda, asimismo, a las madres a mejorar la lactancia y a evitar las hemorragias, ade­más de crear entre madre e hijo un vínculo natural muy importante para el desarro­llo psicológico del niño de por vida. Para incrementar el flujo de la leche, las madres pueden añadir a sus comidas fenogreco, una planta medicinal.

El sistema inmune de un niño, a fin de que madure total y adecuadamente en nuestro medio, no demasiado perfecto, requiere contraer ocasionalmente alguna enfermedad infecciosa, como el sarampión, la varicela o las paperas. Todos tenemos que aprender a confiar en la naturaleza y en nuestro propio cuerpo más que en las teorías y en los procedimientos artificiales. El ADN humano ha podido sobrevivir millones de años en el planeta y sabe muy bien cómo enfrentarse a unas cuantas enfermedades infecciosas inofensivas, especialmente cuando éstas ayudan a forta­lecer su sistema inmune.

Éste nos muestra que está activo e intacto al reaccionar a las enfermedades con una respuesta inflamatoria normal. Esta respuesta defensiva elimina las toxinas acumuladas y los agentes infecciosos del sistema por medio de sarpullidos, fiebre o tos. El proceso curativo estimula de un modo natural y profundo el sistema inmu­ne, de modo que cuando la persona se recupera de la enfermedad, cuenta con más capacidad inmunitaria para responder a otras infecciones sin que la enfermedad se demore o se repita.

Métodos naturales para que los niños recuperen la salud

Si nuestro hijo contrae la viruela, las paperas o el sarampión, puede significar que precisa estimular su sistema inmune. La mayoría de los niños que pasan enfermeda­des infantiles sacan gran provecho de ellas: se vuelven más fuertes e incluso crecen física o emocional mente, o ambas cosas a la vez. Gran parte de los profesionales de la salud natural ven las enfermedades infantiles como una buena oportunidad para desarrollar el sistema inmunitario. Criar a un niño con métodos naturales ayuda a que se haga más fuerte y a que resista mejor las enfermedades a largo plazo.

Cuando un niño enferma de una de estas dolencias, el principal consejo es for­talecer su propio potencial de curación, y la mejor manera de hacerlo consiste en dejarle que descanse lo más posible. Debe dejar de ir a la guardería o al colegio y se le debe cuidar en casa. Medicamentos como el paracetamol en jarabe no hacen más que eliminar las respuestas curativas del cuerpo y provocar muchos más problemas físicos y emocionales «sin relación» en el futuro.

Para un niño, el periodo de enfermedad es a menudo una manera de ser objeto de atención y cuidados adicionales de sus padres. Puede conseguir más abrazos, que le den de comer en la cama, que le cuenten cuentos, etc. Claro está que puede haber padres para los que la enfermedad del niño sea un gran inconveniente y muestren su frustración siendo secos y duros con él. Los niños enfermos necesitan y merecen cuidados especiales y seguridad, especialmente si son miedosos o nerviosos.

A un niño enfermo no le conviene excitarse o estimularse con demasiada televi­sión, o radio, o incluso visitas. Sin embargo, las actividades tranquilas, como escu­char cuentos, dibujar y juegos de mesa evitarán que piense demasiado en su enfermedad. Hay que asegurarse de que duerma más, que se acueste antes y que eche algún sueñecito extra cuando esté cansado.

Los niños enfermos necesitan beber mucho líquido para así eliminar las toxinas del cuerpo. El agua caliente es la mejor bebida para ellos y debe ser la primera op­ción; también pueden tomar infusiones de hierbas y jugos diluidos recién exprimi­dos (excepto de cítricos si tienen paperas). No conviene darles cosas frías, como be­bidas refrigeradas, helados, azúcar o alimentos que contengan azúcar, leche, yogur u otros productos lácteos; tampoco se les dará carne, pescado o cualquier otra pro­teína animal. El poder digestivo del niño se debilita durante la enfermedad, por lo que esos alimentos pueden acidificar y dañar el sistema digestivo y más tarde irritar la mucosa de las paredes intestinales. Los niños enfermos, al igual que los animales, no desean ni necesitan comer. Ayunar, tomando solamente agua, es la mejor ma­nera de estimular la respuesta curativa del cuerpo. Cuando un niño sienta hambre, conviene darles purés de verduras, sopas, papillas de cereales con un poco de sirope de arce o con miel de buena calidad (que sólo debe añadirse después de que la co­mida se haya enfriado y esté a menos de 45°C, pero más alta que la temperatura corporal). Los niños necesitan saber qué les ocurre cuando están enfermos y qué va a pasar, y además precisan saber que van a estar acompañados todo el tiempo.

La fiebre de un niño es la expresión de una respuesta inmunitaria sana. Una temperatura alta significa que el cuerpo se ha hecho cargo de la situación y que está luchando contra una infección. Los padres deben tener presente que una tempera­tura alta no significa necesariamente que el niño esté muy enfermo. Se ha descu­bierto recientemente que incluso una temperatura de 41°C y ligeramente superior no se considera un riesgo para la vida. En 1983, cuando caí enfermo de malaria, en la India, no quise tomar medicamentos para reducir la fiebre de 41,5 °C que tenía; tras un tercer episodio febril, la temperatura me bajó, me recuperé rápidamente y no he vuelto a tener ningún ataque de malaria desde entonces. Lo más importante que hay que recordar es que los niños y los bebés de menos de seis meses que tienen fiebre necesitan mucha agua, pues de lo contrario pueden deshidratarse rápidamen­te. Humedecerles el cuerpo con agua tibia les ayuda a sentirse mejor en esa fase de la curación. Debe humedecerse sólo una zona del cuerpo hasta que ésta se refresque, después se hará lo mismo con otra zona diferente. También les alivia refrescarles la cara y la frente.

Otra regla básica es mantener al niño que sienta frío y tenga fiebre bien tapado y caliente, ya que le hará sudar, especialmente por la noche, y le ayudará a acabar con la fiebre, lo que indica que la «lucha» del cuerpo está a punto de acabar. El niño con fiebre y calor debe refrescarse y, puntualmente, se le debe bañar con agua tibia. Si el enfermo tiene síntomas como sarpullidos, ganglios hinchados y doloridos, tos o irritación de garganta, lo más probable es que se recupere sin ningún problema; en el caso de que tenga algún síntoma inusual, se deberá consultar a un médico de medicina natural, ayurvédica, homeopática o china para aplicarle tratamientos ca­seros. Es mejor no dar a los niños aspirina durante o después de una enfermedad, pues puede interferir en la respuesta curativa del cuerpo. Si el médico insiste en administrar antibióticos a un niño que tenga algún síntoma o alguna enfermedad de las descritas anteriormente, es mejor consultar a otro médico para que nos dé una segunda opinión. En la mayoría de los casos, los medicamentos no son nece­sarios. Según un extenso estudio publicado en 1987 en el Bristih Medical Journal, de 18.000 niños que recibieron un tratamiento homeopático contra la meningitis, ninguno de ellos resultó infectado ni tampoco desarrolló ni un solo efecto secun­dario derivado del tratamiento.

Desde los tiempos de Hipócrates se han utilizado las flores y las bayas de saúco como remedio popular contra la gripe, el catarro y los resfriados, y, recientemente, una científica israelí ha descubierto por qué funciona tan bien. En un estudio con­trolado en el que los pacientes de gripe se recuperaban en un tiempo récord, des­cubrió que esta planta «desarma» literalmente a los virus, incapaces de atravesar las paredes celulares del paciente.

Como medida de precaución, los niños no deben volver a la guardería o al cole­gio demasiado pronto, así permanecen protegidos de muchas de las enfermedades infantiles. En las guarderías, el riesgo de contraer meningitis Hib, por ejemplo, es 24 veces mayor. También muchos centros comerciales reciben con frecuencia la «visita» de todo tipo de microbios. El entorno más seguro para un niño en sus pri­meros años de vida es su casa.

¿Protección contra la gripe?

¡Protejámonos de la vacuna contra la gripe!

La industria farmacéutica insiste en que la vacuna antigripal es la clave para pasar un invierno más saludable. Aunque hace más de 38 años que no se ha producido una epidemia grave de gripe, cada año se siguen administrando vacunas a millones de personas. ¿Por qué, cabe preguntarse, personas perfectamente sanas se inyectan un virus normalmente inocuo cuyas cepas mutan año tras año? Si bien las vacunas contra la gripe nunca pueden ser demasiado precisas, los empresarios animan a sus trabajadores, año tras año, a vacunarse contra la gripe para tratar de evitar bajas laborales.

La gripe siempre se inicia en Extremo Oriente y después, a principios de invier­no, se desplaza hacia el oeste, para alcanzar el clímax entre febrero y marzo. Puede ser de cualquiera de tres tipos, A, B o C. En estos últimos años, la versión domi­nante ha sido la de tipo A. Lo que hace que la vacuna contra la gripe sea tan poco eficaz es que las cepas del virus de esa enfermedad varían cada año, y la llamada protección dura tan sólo seis meses. Así pues, cada otoño se requiere una nueva va­cuna para un nuevo virus. El problema es que las empresas farmacéuticas no tienen medios para saber en verano qué nueva cepa del virus de la gripe atacará en el he­misferio occidental durante los meses de invierno.

Las empresas fabricantes cultivan las vacunas, consistentes en virus activos, en huevos de gallina. Cuando se inyecta la vacuna en el cuerpo, ésta puede ocasionar rojez e irritación en el punto de la inyección y una especie de gripe ligera. Las perso­nas que toman fármacos inmunosupresores o que tienen alguna cardiopatía pueden sufrir complicaciones muy graves. Si se es alérgico a los huevos, la aplicación de la vacuna también puede poner en peligro la salud.

Para una persona sana, pasar una gripe no representa ningún peligro, al con­trario, puede fortalecer el sistema inmune frente a los posibles contactos con cepas nuevas del virus. La única razón por la que la naturaleza crea cada año esas nuevas formas de virus y las distribuye con una periodicidad precisa es para asegurar un equilibrio ecológico y una inmunidad similar en animales, plantas y seres huma­nos. Cualquier persona proclive a padecer infecciones repetitivas quizás tenga un hígado lleno de toxinas, repleto de cientos de piedras acumuladas en los conductos biliares y la vesícula. Los cálculos, que albergan muchos tipos de virus y bacterias infecciosas, son una fuente constante de agentes inmunosupresores. Limpiar el hí­gado de cálculos es la mejor prevención contra cualquier tipo de infección. Las per­sonas que se han realizado una limpieza hepática afirman que no han vuelto a sufrir ningún catarro ni ninguna gripe.

Las vacunas del virus de la gripe utilizadas hasta el año 2002 contenían virus «vivos» o activos y producían tantas reacciones adversas que hubo que inventar nuevas vacunas. La nueva fórmula de las vacunas de la gripe se llama «subvirion», que básicamente es un virus mutilado «mezclado, ensamblado y macerado» hasta que apenas conserva trazas del virus original. Esto no hace que el virus sea menos peli­groso y, de hecho, los antígenos de las proteínas de la vacuna, para las que el cuerpo se ve obligado a producir anticuerpos, son aún tan tóxicos y dañinos como el virus activo.

Además del subvirion, a las vacunas se les añaden muchas otras sustancias, la mayoría de las cuales nunca ingeriría nadie conscientemente. Entre esas sustancias se encuentran:

· Antígenos de hemaglutinina, que provocan la aglomeración de los glóbulos rojos, que a su vez origina enfermedades cardiovasculares.

· La enzima neuraminidasa, que suprime el ácido neuramínico de la membrana celular y debilita los billones de membranas celulares del cuerpo.

· Una sustancia cristalina llamada alantoína, un residuo tóxico de origen ani­mal. Por su elevado contenido en nitrógeno, la alantoína se utiliza como ferti­lizante; en los seres humanos produce piedras en los riñones y en la vesícula.

· Gentamicina, un antibiótico de amplio espectro que, cuando se añade a los embriones de pollos, inhibe el crecimiento de bacterias (la vacuna se cultiva en huevos de gallina).

· Formaldehído (un carcinógeno), utilizado como conservante y para la desactiva­ción del virus.

· Los productos químicos tóxicos tributilfosfato y polisorbato 80, U.S.P.

· Resina para eliminar «porciones sustanciales» de tributilfosfato y polisor­bato 80.

· Timerosal, un derivado del mercurio para conservar el cóctel de la vacuna.

· Polietilenglicol, de la familia del etilenglicol (anticongelante); a menudo utiliza­do por los pastores para envenenar a perros y otros predadores del rebaño.

· Isooctilfeniléter, un compuesto del éter que tiene propiedades anestésicas; un te­ratógeno que provoca malformaciones en el embrión. Causa también atrofia en los testículos de los animales.

Los fabricantes de vacunas no garantizan que la vacuna proteja de la gripe a na­die, de modo que por precaución declaran que la vacuna «reduce las probabilidades de infección, o bien, en caso de desarrollarse la enfermedad, la mitiga». Algunos reflejan la misma incertidumbre con respecto a su producto de este otro modo: «Se sabe que la vacuna contra el virus de la gripe, hoy por hoy, no es efectiva contra todas las posibles cepas del virus». Quizás la mejor prueba de sus efectos se ha producido en Japón. La vacunación obligatoria en Japón (1967-1987) demostró no reportar be­neficio alguno y en cambio causó más muertes vinculadas a la gripe y a la vacuna.

¿Por qué deberíamos confiar nuestra salud a un cóctel de productos químicos tóxicos cuando un sistema inmunitario, aunque esté algo debilitado, tiene más po­sibilidades de protegemos de un brote gripal? En efecto, nuestro sofisticado sistema inmunitario, que ha ido evolucionado durante millones de años, puede protegernos mejor de la gripe que cualquier producto manufacturado. Lo único que se necesi­ta para ello es que pongamos algo de nuestra parte. Por otro lado, con cada nueva vacuna contra la gripe, nuestro sistema inmune se debilita más y los efectos secun­darios se hacen más pronunciados y graves. Además, de todas maneras, podemos contraer la gripe. La siguiente lista muestra las posibles consecuencias de optar por las vacunas:

Efectos secundarios de las vacunas más frecuentes:

· Irritación en la zona de la vacuna

· Dolor o sensibilidad

· Eritema

· Inflamación

· Decoloración de la piel

· Callosidad

· Abultamiento

· Reacciones de hipersensibilidad, como prurito y urticaria

· Fiebre

· Malestar

· Dolor muscular

· Dolor de las articulaciones

· Escalofríos

· Mareos

· Dolores de cabeza

· Linfadenopatía

· Sarpullidos

· Náuseas

· Vómitos

· Diarreas Faringitis

· Angiopatía

· Vasculitis

· Anafilaxia en personas asmáticas, con peligro de muerte

· Choque anafiláctico con peligro de muerte

La vacunación no crea inmunidad. Una persona no puede hacerse inmune con la ingesta de sustancias tóxicas que destruyen el sistema inmunitario. Un grupo de científicos italianos realizó un estudio en el que demostró que la vacuna de la gripe reducía la incidencia de episodios de gripe en tan sólo un 6 % en los adultos y que su efectividad tendía a reducirse con la edad. La conclusión fue que la inmuniza­ción universal no está garantizada y que cosas tan sencillas como lavarse las manos y otras medidas higiénicas y nutricionales son mucho más efectivas contra la gripe que la vacuna. Si cumplimos unas medidas higiénicas adecuadas, tomamos alimen­tos nutritivos y mantenemos nuestros intestinos e hígado limpios, la gripe nunca será para nosotros una enfermedad grave. Por otra parte, vacunarse contra la gripe es una manera segura de sembrar en el organismo la semilla de nuevas enfermeda­des. Todas las vacunas son tóxicas y, por tanto, actúan como bombas de relojería que tarde o temprano explotan.

Por qué contraemos la gripe

Las vacunas contra la gripe reducen la inmunidad natural al inyectar sustancias tóxicas externas directamente en el torrente sanguíneo. Ningún otro animal en el mundo opta por medios tan artificiales, superficiales y burdos para defenderse de los virus invasores. La vía de contacto normal con una partícula viral son los pul­mones. La gran mayoría de las personas tienen un sistema inmune normal y sano perfectamente capaz de enfrentarse a los invasores sin enfermar. Pero si las defensas del cuerpo contra las infecciones están temporalmente en «huelga» por razones aje­nas a la necesidad de una vacuna, el virus de la gripe puede sacar provecho del libre acceso al organismo y provocar una infección.

Las vacunaciones regulares (de cualquier tipo) son una de las principales cau­sas del debilitamiento de las defensas del organismo. Las vacunas anuales contra la gripe van cargando el sistema inmunitario y las células del cuerpo de sustancias tóxicas sin darles ni siquiera la oportunidad de eliminarlas. Las partículas tóxicas virales pueden permanecer latentes en las células y en los cálculos durante perio­dos de hasta 20 años, y cuando se activan ocasionan daños celulares graves. A cada nueva vacunación, el sistema inmune se ve más y más limitado en su esfuerzo por neutralizar un virus activo que aparece repentinamente en la sangre. Puede llegar a producir anticuerpos del virus (aunque en muchos casos falla incluso en eso) y domeñarlo, pero en esta lucha el sistema acaba innecesariamente cansado y débil.

Además de dañar la inmunidad del organismo, cualquier tipo de vacunas pro­duce alteraciones del material genético y, por consiguiente, una amplia gama de disfunciones. Las vacunas pueden ser también la causa del incremento de enferme­dades malignas en la infancia. Los programas masivos de vacunación han originado un debilitamiento tal del sistema inmune de los niños que éstos son más vulnera­bles a virus inocuos como el de la gripe. Quizás hemos llegado a sustituir las pape­ras y el sarampión por el cáncer, la leucemia y el síndrome de fatiga crónica.

La vacuna de la gripe está dirigida especialmente a personas ancianas y a niños.

En el Reino Unido, unas 10.000 personas, la mayoría de edad avanzada (se supo­ne), mueren de enfermedades relacionadas con la gripe. Por tanto, puede parecer razonable vacunar a los más ancianos a fin de protegerles del virus de la gripe. Pero la protección no es total ni siquiera entre los que se vacunan. Alrededor de un 20 % o más de los mayores que se vacunan se contagian de un tipo de virus de la gripe todavía más virulento y muchos otros sufren una gripe más ligera. Lo mismo ocurre con las personas de la misma edad que no están vacunadas. Los ancianos son más propensos a fallecer a causa de la gripe, independientemente de si se han vacunado o no. La conclusión es que vacunarse no aporta ninguna ventaja. Sin duda, dada la fragilidad de las personas de más edad, no hay modo de saber si ha sido la gripe o algo más lo que les ha llevado a la muerte. Los índices de mortalidad en época de gripe o fuera de ella son aproximadamente los mismos. Pero después, como hemos visto en los casos de sida, las estadísticas pueden manipularse para sostener teorías que tienen un mismo objetivo: alimentar el negocio de la medicina. Si, por ejemplo, una persona que está a punto de morir se contagia además de gripe, queda catalo­gada como víctima de la gripe.

En vez de administrar vacunas a nuestros mayores con la errónea creencia de que eso les protege, les ayudaríamos mucho más si mejoráramos sus defensas frente a la enfermedad con una buena dieta, buenos programas sociales y ejercicio físico. Hay muchas personas mayores que no llevan una dieta adecuada y se sienten depri­midas; ambas cosas tienen efectos inmunosupresores. Otras no tienen un entorno acogedor o viven solas. Según las investigaciones, esas situaciones suponen grandes factores de riesgo de enfermedades y muertes en las generaciones de más edad. Tan sólo una serie de limpiezas hepáticas puede fortalecer la inmunidad natural, mejo­rar la digestión, retrasar el proceso de envejecimiento, restablecer la salud y favore­cer las funciones mentales.

En los países en vías de desarrollo, donde los ancianos desempeñan un papel importante en la sociedad, se producen generalmente menos enfermedades, siem­pre y cuando dispongan de los alimentos necesarios. En esos países es más probable que las personas mayores mueran de malnutrición que de algún virus.

Son cada vez más numerosos los informes que revelan que los adultos que se vacunan contra la gripe sufren un agravamiento de problemas de salud como hi­pertensión arterial, gota y Parkinson, además de un aumento de todo tipo de afec­ciones alérgicas. En 1976, un vasto programa de vacunación en Estados Unidos originó un brote masivo del síndrome de Guillain-Barre, una enfermedad que afecta al sistema nervioso. El brote, llamado Great Swine Flue Fiasco (el gran fias­co de la peste porcina), provocó parálisis a 656 personas y 30 ancianos aparecieron muertos a las pocas horas de ser vacunados. Las reclamaciones de indemnizacio­nes fueron cuantiosas y ello frenó un poco el programa, aunque tan sólo durante un tiempo.

Los más ancianos son, obviamente, el principal objetivo de los programas de va­cunación. Cada año nos dicen que los ancianos son especialmente vulnerables a la gripe. También nos dicen que las autoridades gubernamentales tienen miedo a que haya una gran epidemia de gripe. Incluso han llegado a decir que cada año mueren en Estados Unidos 36.000 personas a causa de complicaciones relacionadas con la gripe. La realidad, sin embargo, es muy diferente. ¿Cuántas personas cree el lector que murieron a causa de la gripe en Estados Unidos el pasado año? Tan sólo 175, según Sherri J. Tenpenny, un experto internacionalmente reconocido en la inves­tigación de vacunas. Aun así, la postura oficial difundida por todos los medios de comunicación es que hay que estar preparados para otra epidemia mortal de gripe que acabará con miles de personas cada nueva temporada.

¿Y qué hay del otro grupo de riesgo, los niños? Un grupo de investigadores ja­poneses ha demostrado que los niños menores de un año ni siquiera pueden gene­rar una respuesta de anticuerpos adecuada a la vacuna. No tiene ningún sentido inocular a los niños sustancias tóxicas... salvo enriquecer a los laboratorios farma­céuticos.

En nombre de la prevención

Según parece, las empresas farmacéuticas que fabrican vacunas influyen más en la población que los científicos que las idean. Ya en 1980, el doctor Albert Sabin, uno de los virólogos más destacados del mundo y pionero de la vacuna de la polio, se pronunció tajantemente en contra de la vacuna de la gripe, al afirmar que era total­mente innecesaria en el caso del 90 % de la población. Sin embargo, eso no animó a la industria a dejar de promocionar la vacuna para todos en nombre de la salud y de la protección contra la enfermedad.

Y para acabar de empeorar las cosas, nunca se ha hecho un estudio clínico con­trolado de la vacuna de la gripe. Puesto que no sabemos nada respecto a sus efec­tos secundarios, es posible que, sin saberlo, estemos produciendo generaciones de personas con sistemas inmunes debilitados y numerosas enfermedades crónicas. La vacunación contra la gripe no está comprobada científicamente y no existe ningún estudio que avale o certifique su inocuidad. La manera más efectiva de evitar las infecciones, incluida la de la gripe, es la prevención. No hay nada que sustituya a un buen programa de salud. La vacunación, por otra parte, no ofrece una auténtica protección. Inyectar en el cuerpo un material vírico tóxico es con­traproducente si lo que se pretende es mejorar nuestro bienestar. El doctor John Seal, del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos, ha advertido que hay que tener en cuenta que las vacunas contra la gripe pueden provocar el síndrome de Guillain-Barre. En ese sentido, prevenir no es mejor que curar.

La ayuda de la madre naturaleza

Para las personas preocupadas por la gripe y sus posibles efectos existe un notable extracto de una planta medicinal llamada Andrographis paniculata. Esta planta se ha utilizado durante siglos en las terapias ayurvédicas (medicina tradicional india) y en la medicina tradicional china para tratar desde casos aislados de resfriados hasta la gripe más pertinaz. Parece ser que con ayuda de esta planta se puso fin a la epidemia de gripe que en 1919 se extendió por toda la India. Hay pruebas cientí­ficas que avalan esta teoría. Un grupo de investigadores de las Universidades de Exeter y Plymouth, en el Reino Unido, llevó a cabo un examen exhaustivo de bases de datos médicos, información de fabricantes de remedios a base de hierbas e informaciones de la OMS a fin de seleccionar siete estudios realizados con criterios de análisis de doble ciego y pruebas controladas. Los estudios combinados sometieron a prueba el uso de Andrographis para el tratamiento de infecciones del sistema respi­ratorio en cerca de 900 sujetos. En los siete estudios, las personas que tomaron esta planta tras la aparición de síntomas de resfriado se recuperaron con mayor rapidez que las que tomaron algún tipo de medicación o un placebo.

Los investigadores llegaron a la conclusión de que Andrographis podía ser efec­tiva en infecciones «sencillas» de las vías altas del sistema respiratorio (garganta, nariz y oídos). Según estudios de laboratorio previos, el extracto de Andrographis no elimina realmente los organismos causantes de la enfermedad, al menos no directamente, sino que fortalece el sistema inmune y estimula los anticuerpos na­turales.

Diversas investigaciones realizadas en animales mostraron que la planta pue­de inhibir la formación de coágulos en la sangre, bajar los niveles de azúcar en los diabéticos, reducir la presión sistólica, proteger el hígado y evitar la isquemia del miocardio (mala circulación de la sangre en el corazón debido a una enfermedad de las arterias coronarias).

Advertencia sobre los jarabes infantiles para la tos

En 2007, en respuesta a una demostración contundente de los efectos nocivos de los jarabes para la tos, la FDA prohibió la venta sin receta de jarabes y medicamentos destinados a los niños para los resfriados. La prohibición se aplica a los anticonges­tivos utilizados en menores de dos años y a los antihistamínicos para menores de seis. Entre los productos se encuentran aproximadamente 800 medicamentos po­pulares que en Estados Unidos se comercializan con el nombre de Toddler's Dime­tapp, Triaminic Infant y Litde Colds, según un informe del New York Times. Es de esperar que todos esos productos para la tos y los resfriados infantiles sean retirados definitivamente del mercado. Hasta que no sea así, hay que evitar dar a los niños jarabes y tratamientos anticogestivos, al menos a esas edades. Desde la década de 1970, en que se hicieron muy populares, han muerto a consecuencia de esos fárma­cos al menos 123 niños.

Trabajo extraído de:

“Los Secretos Eternos de la Salud”. Andreas Moritz. Ediciones Obelisco, 2008, 2009.

“Salud e Infección (auge y decadencia de las vacunas)”. Fernand Delarue. Editorial Nueva Imagen.

“El Peligro de las Vacunas”. Dr Jaime Scolnik.

Olmos, Juan Martín, Vacunaciones sistemáticas en cuestión. Editorial Icaria, Barcelona, España 2005.

Delarue, Fernand, Salud e infección. Editorial Nueva Imagen, Sacramento, México 1980.

El Sanador Herido. La cara oculta de las vacunas… Historia de un mito. Autoedición El Sanador Herido. España 2002.

Componentes de las vacunas:

Escualeno, es altamente tóxico.

Aluminio, como conservante.

Mercurio, generaría producción de anticuerpos; sería conservante.

Enfermedades generadas por las vacunaciones:

De la hepatitis B, esclerosis en placas.

De la gripe, Guillain-Barré; trastornos alérgicos.

Fuente de datos: América TV, 16 diciembre 2009 (3 de Supercanal). ¡Programa interrumpido abruptamente para dar noticias deportivas, supuestamente de último momento!

Enlaces recomendados:

http://www.librevacunacion.com.ar/

http://www.scribd.com/doc/19260789/LaCaraOcultadelasVacunas

http://www.scribd.com/doc/24593927/21711368-La-Lado-Oculto-de-las-Vacunas-Agenda-Mundial-Para-La-Eugenesia

 

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