Hahnemann y su obra
Hahnemann fue un trabajador incansable y de vasta cultura, versado en todas las ramas relacionadas con la medicina, especialmente la botánica y la química.
Tradujo veinticuatro obras del francés, inglés e italiano, y las numerosas citas bibliográficas que contienen sus obras originales muestran que dominaba también el griego, el latín, el hebreo y el árabe. Su conferencia inaugural en la facultad de Leipzig, Alemania, la pronunció en latín.
Publicó 116 libros y unos 120 folletos, y su diario de enfermos se extiende en 50 volúmenes.
Su correspondencia es enorme, minuciosamente examinada y anotada.
Uno de sus rasgos más salientes como médico, fue su escrupulosa conciencia profesional , que le hizo abandonar la práctica médica viviendo muchos años atormentado por su impotencia para ejercer una medicina más humana.
Inició su carrera de médico en las condiciones en las condiciones más favorables, y llegó a ocupar en poco tiempo una posición destacada desde el punto de vista científico, social y económico, pues había estudiado con los maestros más famosos de la época, quienes lo distinguían y le brindaban su protección. Era, además, conocido ya en los albores de su carrera, por el número y la importancia de los trabajos publicados y su nombre era respetado en todos los centros científicos.
Pese a tan halagüeñas perspectivas, pronto abandonó el ejercicio de la medicina. Su conciencia se rebelaba ante la idea de aplicar a sus enfermos los bárbaros procedimientos en uso por los médicos de la época y de administrar las innumerables mezclas de remedios cuyos efectos no se conocían por no haber sido experimentados previamente. No quería dañar a sus semejantes con lo que él llamaba esa mala medicina. Y amargado y decepcionado por la inutilidad de los conocimientos que había adquirido en las aulas universitarias, no quiso ver más enfermos, y prefirió vivir en la miseria ganándose la vida haciendo traducciones.
En una de sus obras, Hahemann dice: “Mi sentido del deber no me permitía tratar un estado patológico desconocido, de mis hermanos dolientes, con estas medicinas desconocidas. Si éstas no eran exactamente adecuadas ( y cómo saberlo, si sus efectos específicos no habían sido demostrados todavía?), podían, con su fuerte potencia, cambiar fácilmente la vida en muerte o producir nuevas y crónicas enfermedades, aún más difíciles de extirpar que la enfermedad original”.
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[1] Rasgo distintivo en su personalidad y, elemento mental que está ausente cada vez más en nuestra sociedad, especialmente en los seres humanos que se dedican a la práctica de la medicina.
“La idea de resultar de este modo un asesino o de poner en peligro la vida de mis semejantes fue lo más terrible para mí; tanto que abandoné completamente mi práctica en los primeros años de mi vida de casado y me ocupé solamente de química y de escribir”.
Cuando después de largos años de estudios y experiencias tuvo la certeza de ser poseedor de una verdad científico médica, luchó sin descanso para hacerla conocer, demostrando la falta de sentido y la peligrosidad de las prácticas médicas de su tiempo, y especialmente de algunas de ellas, como la sangría, considerada como una panacea por las eminencias de la época.
En la introducción del Organon dice: “Todo el que ha sentido el pulso tranquilo de un hombre una hora antes del escalofrío que precede a un ataque de pleuresía aguda, no será capaz de reprimir su admiración si le dijeran dos horas después del comienzo del período de calor que la enorme plétora ocasionada requiere repetidas sangrías. Se preguntará por qué mágico conjuro pudo producirse ese aumento de sangre. En realidad, ni una simple dracma más de sangre puede estar circulando en esas venas que latían tranquilamente dos horas antes”.
Sufrió toda clase de burlas y persecuciones por parte de los boticarios que veían amenazados sus intereses; por parte de los médicos, que no concebían un arte distinto del que ellos practicaban y por parte del público en general, influido por los boticarios y los médicos.
Por eso es admirable la valentía con que luchó en ese ambiente hostil, valentía hija de la firmeza de sus convicciones y de su deseo de hacer el bien a sus semejantes, no temiendo confesar, en 1833, que en cuarenta años no había extraído una sola gota de sangre (Hufeland, que defendió a Hahnemann en reiteradas ocasiones y le brindó las columnas de su revista para que publicara muchos de sus trabajos dijo, sin embargo, en 1830, que el médico que no extrajera sangre de las venas de un hombre con una fiebre inflamatoria era un asesino por descuido), no había abierto un sedal, ni usado sistemas productores de dolor; que nunca había debilitado a pacientes con sudoríficos, vomitivos ni purgantes, destruyendo así sus órganos digestivos.
Gran parte de su vida fue un constante batallar por lo que él consideraba una gran verdad científica, y no le arredraron ni los ataques, ni las injurias, ni la miseria.
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[2] Desgraciadamente de muchos (o todos) de los fármacos o remedios drogales utilizados en medicina convencional, se desconoce diversos efectos colaterales, adversos o secundarios, porque las industrias farmacéuticas se reservan mucha información al respecto no dándola a conocer al cuerpo médico.
[3] Los boticarios serían el equivalente actual de las compañías farmacéuticas, droguerías y farmacéuticos.
Humanizó la medicina de su época y, en lugar de los métodos crueles y debilitantes entonces en boga, proclamó el modernísimo principio de procurar la curación por el estímulo de las resistencias del individuo, estímulo logrado por él con pequeñas dosis de medicamento.
Con sus minuciosos, concienzudos experimentos de las drogas en el hombre sano introdujo un método científico y enteramente nuevo para estudiar las drogas, mucho antes de que Claude Bernard fundase el método experimental. Es decir, que la medicina homeopática estableció el método riguroso de investigación y experimentación científica mucho antes que el mismo se oficializara. Y esta paciente y detallada experimentación le permitió descubrir la ley de la acción y la reacción, aceptada actualmente por todos los fisiólogos; enunciar las leyes de curación por el empleo de los semejantes y reglar, por medio de otras leyes subsidiarias, su correcta aplicación para no anular o aminorar la reacción orgánica curativa.
En lugar de las mezclas de muchos medicamentos, administrados según la tradición, la inspiración del médico o la moda del momento, enseñó a prescribir, después de un minucioso estudio y observación del enfermo, un solo medicamento, administrado conforme a principios fijos, recomendando observar atentamente su efecto antes de repetirlo o cambiarlo por otro.
Afirmó la actividad de las dosis infinitesimales muchos años antes de que las investigaciones sobre la constitución y disociación de la materia, los coloides, los fermentos, las vitaminas, etc., mostraran que es una realidad la acción de las cantidades infinitesimales pequeñas de materia.
Enseñó la correlación que existe en el funcionamiento de todas las células orgánicas, y que deben darse los medicamentos considerando al organismo como un todo: “Aún una erupción sobre el labio, decía, no se explica sin un estado de enfermedad, previo y simultáneo de todo el cuerpo”.
El hecho de considerar a cada enfermo como una unidad psicosomática y la importancia que daba a los síntomas mentales está expresado en el párrafo o parágrafo 211 del Organon:
“El estado moral del enfermo resulta con frecuencia el elemento más determinante porque constituye una de las manifestaciones más características y las más esenciales de las que, entre todas, menos deben escapar a la observación del médico habituado a hacer observaciones más exactas”.
Fue el precursor del psicoanálisis, anticipándose en más de cien años al psicoanálisis freudiano, pues la búsqueda del medicamento capaz de producir un determinado cambio mental requiere un interrogatorio previo minucioso y paciente que, además de inquirir sobre los deseos, aversiones, sensibilidad a las distintas temperaturas y cambios de tiempo por parte del enfermo, investiga especialmente sobre sus temores, angustias, traumas psíquicos, etc., permitiendo a su vez al paciente explayarse relatando su problemática mental.
En el tratamiento de los dementes se opuso al empleo de los castigos, como era regla en esa época, y llegó a recomendar procedimientos psicoterápicos.
Enseñó que el poder curativo de las drogas depende de la reacción vital que éstas son capaces de desarrollar en los órganos hechos sensibles a la acción de las mismas por la enfermedad; que la reacción debe ser respetada y que se debe permitir que ella termine antes de repetirse el estímulo, hechos todos confirmados, punto por punto, por los trabajos de los bacteriólogos y que los médicos olvidan con demasiada frecuencia.
Previó la existencia de los microbios muchos años antes de su descubrimiento. Al hablar del cólera, por ejemplo, dice: “…el miasma del cólera encontró un elemento favorable a su propia multiplicación y prosperaron en un enjambre enormemente multiplicado de aquellos organismos infinitamente pequeños, vivientes e invisibles, que son tan desastrosamente hostiles a la vida humana y que probablemente forman la sustancia infecciosa del cólera”.
En otra parte habla del miasma colérico como de un organismo de un orden inferior, inaccesible a nuestros sentidos por su pequeñez. También escribió lo siguiente: “…los menores restos de un germen pueden eventualmente reproducir la enfermedad completa”.
La previsión de las vacunas está expresada en el párrafo 56 del Organon (de la ciencia y arte de curar), publicado diez años antes del nacimiento de Pasteur. Dicho párrafo dice así: “Aún podría admitirse un cuarto modo de emplearse los medicamentos contra las enfermedades, a saber, el método isopático, que consiste en tratar una enfermedad por el mismo miasma que la ha producido. Pero aún suponiendo que esto fuera posible, descubrimiento que a la verdad sería muy precioso…”
El empleo de la tuberculina, las vacunas, los procedimientos de desensibilización para tratar los estados de alergia, no son más que aplicaciones de las enseñanzas de Hahnemann, y la orientación de la medicina oficial o convencional en el sentido de estudiar las constituciones individuales y las tendencias a las enfermedades, indica la evolución que se está operando en ella en el sentido de ir encuadrando su acción cada vez más de acuerdo a los principios enunciados por el investigador y gestor de la Homeopatía.
Hahnemann, ejemplo de trabajo, de constancia, de integridad moral, fue un genio de intuición extraordinaria y debe considerársele como un gran benefactor de la humanidad, porque marcó rumbos a la medicina, liberándola de la tiranía del dogma galénico y nos legó un sistema de curación inamovible y casi matemático, puesto que está basado en leyes inmutables de la naturaleza mediante cuya aplicación podemos tratar, de un modo suave e inofensivo, la mayor parte de las enfermedades que afligen al género humano.