Mentiras tras el colesterol e infarto de corazón
Acabar con el mito de la relación entre colesterol y enfermedad cardiovascular
Por qué no se ha visto nunca una vena del cuerpo obstruida por un cúmulo de colesterol? Por qué el colesterol se adhiere a las paredes de arterias, mientras que no lo hace en las venas?. Es realmente la naturaleza adherente del colesterol la que explica el bloqueo de paredes vasculares sanas?
Las respuestas a estas preguntas pueden depararnos una sorpresa. El organismo utiliza, efectivamente, la lipoproteína llamada colesterol como una especie de venda para cubrir los rasguños de las paredes arteriales dañadas como lo hace con cualquier otra herida. El colesterol no es nada más y nada menos que un salvavidas. Sin embargo, en los últimos 38 años, esta lipoproteína ha sido estigmatizada como causante de la enfermedad más mortífera de los países ricos: la cardiopatía coronaria.
Esto es lo que dice la teoría: por motivos que en realidad se desconocen, una forma de colesterol que se ha ganado el epíteto de “malo” aumenta de alguna manera en el flujo sanguíneo de millones de personas en nuestros días; se adhiere a las paredes de las arterias y finalmente impide que llegue oxígeno y nutrientes a los músculos de corazón (miocardio). Así, los médicos cardiólogos urgen a la población a que reduzcan la ingesta o prescindan totalmente en su dieta de grasas que contienen colesterol para poder vivir sin miedo a sufrir una oclusión arterial o a morir de un infarto de miocardio. La seria preocupación de ser atacados por esta lipoproteína “maligna” ha dado pie finalmente al desarrollo de tecnologías innovadoras que permiten incluso extraer el colesterol del queso, los huevos y las salchichas, de modo que esos alimentos “mortíferos” se tornan “seguros” para el consumidor. Los productos pretendidamente bajos en colesterol, como la margarina o los productos Light, se han convertido en una alternativa popular de “comida sana”.
El colesterol no es el culpable
Sin embargo, como ha demostrado el estudio INTERHEART, entre otros, el colesterol no es ni mucho menos un importante factor de riesgo cardiovascular. Un estudio anterior, patrocinado por el Ministerio de Investigación y Tecnología de Alemania, demostró que no existe ninguna relación precisa entre el colesterol de los alimentos y colesterol de la sangre. Todavía más sorprendente es el hecho de que en Japón han aumentado los niveles de colesterol en sangre en los últimos años, mientras que el número de ataques cardíacos ha disminuido. El estudio de salud más amplio que jamás se ha llevado a cabo sobre los riesgos cardiovasculares tuvo lugar en China. Como tantos estudios similares, el estudio chino no halló ninguna relación entre la enfermedad cardiovascular y el consumo de grasa animales.
En un estudio cardiológico de ocho años de duración, los investigadores observaron a 10.000 personas con elevados niveles de colesterol. La mitad de ellas recibieron un medicamento de éxito basado en estatinas. A las demás se les dijo que simplemente tomaran una dieta normal e hicieran suficiente ejercicio. Los resultados fueron una gran sorpresa para los científicos. Aunque el medicamento a base de estatinas redujo el nivel de colesterol en suero, esto no repercutió en modo alguno en la tasa de mortalidad, en el número de ataques de corazón no mortales y en la incidencia de la enfermedad cardiovascular con resultado de muerte. En otras palabras, los consumidores de estatinas no mostraron ninguna ventaja respecto a quienes no habían recibido tratamiento alguno. Sin embargo, se habían pasado ochos años tomando un medicamento costoso con espantosos efectos secundarios, como el riesgo de fallo hepático, desgaste muscular, e incluso, muerte súbita. La reducción del nivel de colesterol mediante la administración de medicamentos o la ingesta de dietas bajas en grasa no reduce el riesgo de desarrollar una enfermedad cardiovascular.
Todos los principales estudios europeos de larga duración sobre el colesterol han confirmado que una dieta baja en grasas no reduce el nivel de colesterol en sangre en más del 4% y que en la mayoría de los casos lo hace en 1 o 2%. Puesto que los errores de medición suelen ser superiores al 4% y los niveles de colesterol aumentan de forma natural en un 20% en otoño para descender de nuevo durante el invierno, las campañas contra el colesterol lanzadas desde finales de la década de 1980 han sembrado mucha confusión, por no decir más. Un estudio más reciente de Dinamarca que englobó a 20.000 hombres y mujeres, en efecto, ha demostrado que la mayoría de pacientes del corazón tienen niveles de colesterol normales. La conclusión es que no ha demostrado que el colesterol sea un factor de riesgo.
La visión que tienen actualmente los médicos acerca de la cuestión del colesterol, es más que incompleta. El argumento de que la experimentación animal con conejos confirma que los alimentos grasos provocan el endurecimiento de las arterias suena convincente, pero sólo si se omiten los siguientes hechos:
• Los conejos responden con una sensibilidad 3.000 veces mayor al colesterol que los humanos.
• Los conejos, que por naturaleza son animales no carnívoros, son alimentados a la fuerza con cantidades excesivas de yema de huevo y sesos para demostrar que los alimentos que contienen colesterol son nocivos.
• El ADN y los sistemas enzimáticos de los conejos no están concebidos para el consumo de ácidos grasos, y si pudieran escoger, estos animales nunca comerían huevos o sesos.
Es evidente que las arterias de estos animales sólo tienen una capacidad extremadamente limitada para responder al daño causado por unas dietas inadecuadas. Durante más de tres décadas y media, la civilización occidental ha pensado que las grasas animales eran la causa principal de la enfermedad cardiovascular de origen alimentario. Esta desinformación se puso de relieve cuando los ataques de corazón empezaron a aumentar cuando el consumo de grasas animales había disminuido. Así lo comprobó un estudio británico, que reveló que las zonas del Reino Unido en que la gente consumía más margarina y menos manteca tenían las tasas más elevadas de ataques cardíacos. Otros estudios revelaron que los pacientes de un ataque de corazón eran los que habían consumido menos grasas animales.
En este contexto es importante distinguir entre grasas procesadas y no procesadas. Se ha descubierto que las personas que han fallecido de un infarto de miocardio tenían muchos más ácidos grasos nocivos, derivados de aceites vegetales parcialmente hidrogenados, en sus tejidos grasos que los que habían sobrevivido. Estas llamadas grasas “defectuosas” (ácidos grasos trans o saturados) envuelven y congestionan las membranas de las células, incluidas las que forman el corazón y las arterias coronarias. De este modo, las células se ven privadas, de hecho, de oxígeno, nutrientes y agua, y finalmente mueren. En otro estudio más amplio, 85.000 enfermeras empleadas en hospitales norteamericanos observaron un mayor riesgo cardiovascular en pacientes que consumían margarina, papas chip, bollos, galletas, pasteles y pan blanco, alimentos que contienen grasas trans.
Comer margarina puede ser un factor de aumento del 53% de la enfermedad coronaria en mujeres en comparación con la ingesta de la misma cantidad de manteca, de acuerdo con un reciente estudio de Harvard Medical. Al mismo tiempo que aumentan efectivamente el nivel de colesterol LDL, la margarina reduce el del colesterol HDL beneficioso. También agrava hasta cinco veces el riesgo de padecer cáncer. La margarina suprime tanto la respuesta inmune como la respuesta de insulina. Este producto altamente procesado y artificial es prácticamente indestructible y se diferencia del plástico únicamente por una molécula. Las moscas, las bacterias, los hongos, etc. no se acercarán porque carece de valor nutritivo y no podrían descomponerlo. Puede perdurar años, no sólo fuera del cuerpo, sino también dentro. Está fuera de toda duda que comer grasas rancias y deterioradas y grasas trans puede destruir cualquier organismo sano y, por tanto, deberían evitarlo todos. En 2007, la ciudad de Nueva York prohibió el uso de grasas trans en sus restaurantes; sin embargo, las sustituyen simplemente por nuevas grasas artificiales que tienen los mismos efectos, o incluso peores.
Sano hoy, enfermo mañana
Por desgracia, el elevado nivel de colesterol en sangre o hipercolesterolemia se ha convertido en el problema de salud que más preocupa en el siglo XXI. En realidad, se trata de una dolencia inventada que no se manifiesta como tal. Hasta las personas más sanas pueden tener niveles elevados de colesterol en suero sin que ello suponga un peligro para la salud. Pero se convierten al instante en pacientes cuando un análisis de sangre rutinario revela que tienen “un problema de colesterol”.
Puesto que sentirse bien es en realidad un síntoma de hipercolesterolemia, la cuestión del colesterol ha confundido a millones de personas. Ser declarado enfermo cuando uno se siente realmente bien, se es sano, es, desde luego, un mal trago. Por ello, el médico tendrá que hacer grandes esfuerzos para convencer a los flamantes pacientes de que están enfermos y que necesitan tomar uno o varios medicamentos caros durante el resto de sus días. Estos individuos sanos pueden caer en la depresión cuando les dicen que tendrán que tomar todos los días medicamentos potencialmente dañinos para reducir sus niveles de colesterol, y ello durante mucho tiempo. Cuando además se enteran de que tendrán que someterse a controles y análisis de sangre regulares, su vida placentera y libre de preocupaciones se acaba.
No se puede culpar a estos médicos del error garrafal de convertir personas sanas en pacientes. Detrás de ellos se halla toda la fuerza del gobierno de países como Estados Unidos, los medios de comunicación, los colegios médicos, las agencias y, por supuesto, las compañías farmacéuticas. Todos ellos han contribuido a ejercer una presión incesante al divulgar el mito del colesterol y convencer a la población de que el elevado nivel de colesterol es el enemigo público número 1. Nos dicen que tenemos que combatirlo con todos los medios a nuestro alcance para mantenernos a salvo de las horribles consecuencias de la hipercolesterolemia.
La definición de un nivel de colesterol “sano” ha sido objeto de repetidos ajustes durante los últimos 30 años, lo que sin duda no refuerza la confianza en un sistema médico que pretende fundamentarse en principios científicos. En los albores de la medición de los niveles de colesterol, una persona en situación de riesgo era cualquier hombre de mediana edad cuyo nivel de colesterol era superior a 240 y presentaba otros factores de riesgo, como el hábito de fumar o el sobrepeso.
Después de ajustar los parámetros durante la Conferencia de Consenso sobre el Colesterol celebrada en 1984, la población se vio golpeada por una onda expansiva. A partir de entonces, cualquier persona (hombre o mujer) con un nivel de colesterol total de 200 mg por 100 ml podía recibir el temido diagnóstico y una receta de
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[1] Una historia parecida o similar acontece con, la osteoporosis, el hipotiroidismo “subclínico”, la diabetes, la menopausia, las glándulas mamarias, la hipertensión, la catarata, etc., etc., etc.
[2] Otros informes daban cifras superiores como límite máximo normal de colesterol, llegando a 280 o 290 mg %.
pastillas. La afirmación que 200 mg en suero de colesterol es normal y que todo lo que sobrepasa esa cifra es peligroso, no obstante, carece de base científica. Al menos, en eso coinciden todos los principales estudios sobre el colesterol. De hecho, un informe publicado en 1995 en el Journal of the American Medical Association no presentó ninguna prueba de que existiera un vínculo entre un nivel elevado de colesterol en mujeres con su posterior condición cardiovascular. Aunque se considera completamente normal que una mujer de 55 años de edad tenga un nivel de colesterol de 260 mg por 100 ml, a la mayoría de las mujeres de esa edad no se los explican. También muchos trabajadores sanos muestran un nivel medio de 250 mg por 100 ml con grandes fluctuaciones en ambos sentidos.
La falta de pruebas de alguna relación entre un elevado nivel de colesterol y un mayor riesgo cardiovascular, sin embargo, no detuvo el lavado de cerebro impulsado a escala masiva. En Estados Unidos, por ejemplo, al 84% de todos los hombres y al 93 de todas las mujeres de 50 a 59 años de edad con elevados niveles de colesterol se les dijo de repente que su dolencia cardiovascular necesitaba un tratamiento. Las teorías sin demostrar, pero promovidas a bombo y platillo, sobre el colesterol nos convirtieron a la mayoría de nosotros en pacientes de una dolencia que probablemente nunca padeceremos. Por fortuna, no todos han seguido el consejo de someterse a un nivel de control de su nivel de colesterol, pero, por desgracia, son millones las personas que cayeron en la trampa de la desinformación.
Para empeorar las cosas, el nivel de colesterol oficialmente aceptable se ha rebajado ahora a 180. Si una persona ya ha sufrido un ataque cardíaco, el cardiólogo le dirá que tome estatinas para reducir su nivel de colesterol, aunque ya lo tenga muy bajo. Desde el punto de vista de la medicina convencional, cuando una persona sufre un infarto de miocardio, la única explicación es que tiene el nivel de colesterol demasiado alto. Entonces hay que condenarle de por vida a que tome pastillas de estatinas y a una insípida dieta baja en grasas. Pero incluso si uno no ha tenido todavía ningún problema cardíaco, no por ello deja de ser candidato a un posible tratamiento. Dado que ya hay tantos niños que muestran signos de un elevado nivel de colesterol, tenemos a toda una nueva generación que está condenada a ser presa de dicho tratamiento. En efecto, las normas en vigor ya prescriben pruebas de colesterol y las terapias correspondientes para jóvenes adultos e incluso niños. Los medicamentos a base de estatinas que utilizan los médicos para reducir los niveles de colesterol son lipitor (atorvastatina), zocor (simvastatina), mevacor (lovastatina) y pravachol (pravastatina). Si se decide seguir el consejo del médico y tomar uno de estos fármacos, se hará bien en leer la lista de efectos secundarios para estar al tanto de los riesgos que se corre.
Si se desea obtener información objetiva y desinteresada sobre el colesterol, organismos como los National Institutes of Health (la sanidad pública) y el Colegio de Cardiología de Estados Unidos no son, desde luego, la fuente más indicada. Hasta hace poco tiempo pretendían mantener el nivel de colesterol total de cada persona por debajo de 150. Después, en 2001, admitieron por fin que no tenía mucho sentido medir los niveles de colesterol total, de modo que comenzaron recomendando un nivel de LDL inferior a 100. Ahora quieren mantener este nivel por debajo de 70. Cada vez reducen más el nivel aconsejado, con lo que aumenta vertiginosamente el número de “pacientes” que precisan un tratamiento y, junto con ellos, el volumen de ingreso de los fabricantes de medicamentos. Al verse respaldados oficialmente por estos organismos , los médicos se sienten motivados, por no decir obligados, para recetar estos costosos fármacos a sus nuevos pacientes. Las amplias campañas publicitarias de los gigantes farmacéuticos ya han lavado el cerebro al grueso de la población, haciéndole creer que necesita estos medicamentos para prevenir con seguridad cualquier infarto de miocardio inesperado. Aunque un médico conozca la verdad que oculta el engaño del colesterol, estos pacientes atemorizados exigirán que se les recete algo. Esto no sólo afecta la salud de cada uno, sino también a su futuro económico. Las ventas masivas de estos fármacos más consumidos de todos los tiempos empujan al alza de los costes de la sanidad hasta niveles que socavan las perspectivas de crecimiento económico y hacen que el cuidado básico de la salud quede fuera del alcance de un número creciente de personas. El lavado de cerebro de la población con esta desinformación es tan profundo que esta crisis financiera en ciernes no parece preocuparle mucho.
En 2004 ya había 36 millones de candidatos al consumo de estatinas en Estados Unidos, de los que 16 millones tomaban lipitor. Cuando el nivel oficial de LDL descienda a 70 habrá 5 millones más en la lista. A un precio de venta al público de 272,37 dólares y a un coste efectivo de 5,80 dólares por una dosis mensual de lipitor, se entiende por qué la industria farmacéutica está tan interesada en impulsar las ventas de sus fármacos y convertirlos en productos de consumo masivo.
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[3] En nuestro medio es la Sociedad Argentina de Cardiología la responsable de la desinformación.
[4] Y por los congresos médicos totalmente dirigidos a propiciar todas estas falsas teorías para fomentar las ventas y el negocio en la salud.
[5] Y alimenticios como el producto vidacol en nuestro medio, perteneciente a una empresa láctea mediática muy conocida.
Qué pueden provocar las estatinas
Las estatinas son medicamentos que pueden inhibir la producción de colesterol. Actualmente, la mayoría de las personas pensarán que es bueno. Las estatinas consiguen reducir el colesterol inhibiendo la producción en el cuerpo de mevalonato, un precursor del colesterol. Cuando el cuerpo genera menos mevalonato, las células producen menos colesterol y, por tanto, disminuye el nivel de colesterol en sangre. Esto puede parecer correcto a la mayoría de las personas. Sin embargo, el mevalonato también es precursor de otras sustancias que desempeñan muchas funciones biológicas que sin duda nadie quisiera infravalorar (véanse los efectos secundarios en este mismo capítulo).
Los medios de comunicación y los médicos insisten en que el principal objetivo es acabar con el exceso de colesterol para que no obstruya las arterias y provoque ataques al corazón. Sin embargo, este planteamiento más bien simplista nos llevará por el camino de la amargura. Contrariamente a lo que sabemos sobre la importancia real del colesterol, quieren hacernos creer que esta sustancia fundamental es un elemento peligroso que no hace más que arruinarnos la vida.
El caso es que cada célula del organismo necesita colesterol para sobrevivir en un medio acuoso y evitar que su membrana se agriete o se vuelva porosa. Aunque ésta sea una función muy importante del colesterol, la siguiente es absolutamente imprescindible para prevenir un infarto de miocardio.
Si la dieta que tomamos tiene muchos compuestos ácidos, como proteínas cárnicas, azúcar y grasas trans o defectuosas, las membranas celulares resultan fácilmente dañadas y han de ser reparadas. Para llevar a cargo esta reparación, el organismo libera gran cantidad de hormonas corticoides que hacen que se aporte más colesterol a las células. Como podemos ver, una de las numerosas tareas del colesterol consiste en reparar los tejidos dañados. Se sabe que éstos contienen gran cantidad de colesterol, incluidos los que forman las arterias. En otras palabras, cuando una arteria resulta dañada debido a un ataque ácido o a la acumulación de proteínas en sus paredes, lo más probable es que el cuerpo utilice colesterol para repararlas. El aumento de la demanda de colesterol desencadena una respuesta natural del hígado, que es capaz de cuadruplicar la producción si hace falta. El hecho que esta respuesta de emergencia comporte un aumento del nivel de colesterol en sangre no sólo es de sentido común, sino también deseable. Evidentemente, esto puede obligarnos a cambiar cualquier prejuicio negativo que tengamos con respecto al papel del colesterol en el organismo. El colesterol no es nuestro peor enemigo, sino nuestro mejor amigo.
Aparte de la acción protectora de nuestra salud, hay muchas otras razones por las que no debemos intervenir en el sofisticado mecanismo de producción de colesterol por parte del cuerpo (que se describe más adelante). Cuando pasamos por encima de este mecanismo vital o lo perturbamos para reducir el colesterol, provocamos un verdadero problema. Y esto es precisamente lo que hacen las estatinas administradas para reducir el colesterol. Si el organismo tiene motivos para aumenta los niveles de colesterol en sangre, lo hace exclusivamente para protegerse. La reducción artificial del colesterol en sangre mediante remedios sintéticos suprime esta acción protectora y puede generar muchísimos problemas de salud, empezando con la interrupción de las hormonas adrenales. Esto puede provocar las siguientes dolencias:
• Problemas de glucemia (azúcar en sangre)
• Edema (acumulación de líquidos en los tejidos)
• Deficiencias de minerales
• Inflamación crónica
• Dificultades de curación
• Alergias
• Asma pérdida de libido
• Infertilidad
• Diversos trastornos del aparato reproductor
• Lesiones cerebrales
El último citado –lesiones cerebrales- puede ser uno de los más problemáticos que se derivan del uso prolongado de las estatinas. Un estudio de control de casos publicado en 2002 por la Academia de Neurología de Estados Unidos reveló que la exposición prolongada a las estatinas puede incrementar sustancialmente el riesgo de polineuropatía, un trastorno neurológico que ocurre cuando numerosos nervios periféricos de todo el cuerpo funcionan mal al mismo tiempo.
El problema de los nuevos medicamentos a base de estatinas es que no producen efectos secundarios inmediatos, como era el caso de los fármacos utilizados anteriormente para reducir el colesterol. Estos antiguos medicamentos impedían su absorción por el intestino, dando lugar a náuseas, indigestión y estreñimiento. Su efectividad era mínima y el grado de satisfacción de los clientes muy bajo. Los nuevos medicamentos a base de estatinas causaron furor de un día para otro porque permitían reducir 50 puntos el nivel de colesterol sin ningún efecto secundario importante que se manifestara de inmediato. Gracias a la falsa noción de q ue el colesterol es el causante de la enfermedad cardiovascular, las estatinas se han convertido en el remedio milagroso del siglo XXI y en el principio activo de los medicamentos más vendidos de todos los tiempos. La promesa de las grandes compañías farmacéuticas es que si uno sigue tomando sus fármacos durante toda la vida, siempre estará protegido frente a la enfermedad más mortífera para el ser humano. Sin embargo, la ecuación encierra dos importantes fallos. El primero es que nunca se ha demostrado que el colesterol sea la causa de la enfermedad cardiovascular. El segundo es que, al reducir el colesterol con ayuda de las estatinas, se puede hacer que el cuerpo enferme gravemente La industria se enfrenta ahora a un número creciente de informes que enumeran los efectos secundarios que se ponen de manifiesto muchos meses después del comienzo del tratamiento.
Un estudio de 1999 del Hospital de Santo Tomás, en Londres, halló que el 36% de los pacientes que tomaban la dosis máxima de lipitor describieron efectos secundarios y que el 10% de los pacientes que tomaba la dosis mínima también lo mencionaron. El aumento constante de efectos secundarios patentes y ocultos (como la lesión hepática) no tiene nada de extraño. Los “beneficios” de lipitor observados en una fase temprana del estudio iniciado con miras a la aprobación del medicamento fueron tan convincentes que el estudio se suspendió unos dos años antes de lo previsto. El ensayo clínico no duró lo suficiente para demostrar que lipitor tiene efectos secundarios a largo plazo que pueden ser devastadores para la vida humana . Los efectos secundarios de lipitor, entre otros, son aerofagia, dolor de estómago o calambres, diarrea, estreñimiento, ardor de estómago, jaqueca, visión nublada, aturdimiento, sarpullidos o prurito, estómago revuelto, dolores musculares, calambres musculares o debilidad acompañada o no de fiebre. Cualquier producto que perturbe continuamente la digestión de los alimentos puede causar prácticamente cualquier tipo de enfermedad, como cardiopatía, cáncer, diabetes, esclerosis múltiple, enfermedad de Alzheimer, trastornos cutáneos, reumatismo, etc.
Los efectos secundarios más frecuentes son los dolores musculares y la debilidad. La doctora Beatrice Golomb de San Diego, California, está llevando a cabo actualmente una serie de estudios sobre los efectos secundarios de las estatinas. Golomb ha observado que el 98% de los pacientes que toman lipitor y un tercio de los que toman mevachor (una dosis más baja de estatina) tenían problemas musculares, como fuertes dolores en pantorrillas y dolores de pie. Cada vez más pacientes de larga duración (a partir de res años) experimentan dificultades con el habla, problemas de equilibrio y fatiga grave. Estos efectos secundarios comienzan a menudo con trastornos del sueño. Pueden afectar a habilidades motrices de precisión y mermar las funciones cognitivas. No es raro observar una pérdida de memoria. Cuando los pacientes dejan de tomar estatinas, los síntomas suelen reducirse o desaparecer.
Un estudio alemán más reciente, publicado el 25 de julio de 2005 en The New England Journal of Medicine, descubrió que los medicamentos a base de estatinas para rebajar el colesterol no sólo
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[6] Como la inmensa mayoría de los medicamentos drogales utilizados en la medicina convencional y las vacunas. Por ese motivo se recomienda a todas las personas que toman remedios de compañías farmacéuticas, lean atentamente los prospectos que acompañan a los mismos, por más que el médico que los prescribe sugiera lo contrario.
no ayudan a los enfermos graves de diabetes, sino que las estatinas también pueden duplicar su riego de sufrir una apoplejía mortal.
En realidad, incluso pueden incrementar enormemente el riesgo de padecer un infarto de miocardio por el hecho de reducir el nivel de una importante enzima hepática, CoQ10. Esta enzima protege el cuerpo de cardiopatías y distrofias musculares, de la enfermedad de Parkinson, de cáncer y diabetes. La ingesta de CoQ10 como suplemento, en cambio, apenas comporta ventaja alguna. En otras palabras, la administración de estatinas puede condenar al paciente a una degeneración progresiva que no podrá detener a menos que deje de tomar medicamentos tan peligrosos.
Se ha observado que los consumidores regulares de estatinas acumulan una cantidad excesiva de cálculos de colesterol en los conductos biliares del hígado y la vesícula, que puede provocar, a su vez, un gran número de enfermedades crónicas (leer “Limpieza del hígado y de la vesícula biliar”, Andreas Moritz, editorial Obelisco, para más detalles).
Los peligros del colesterol bajo
En lugar de preocuparse por los niveles altos de colesterol, parece que haríamos mejor en hacerlo por los niveles bajos, que comportan un riesgo importante de padecer, cáncer, enfermedades mentales, derrames cerebrales, suicidio, hepatitis, anemia y sida. Unos estudios realizados en importantes hospitales alemanes han comprobado que los niveles bajos de colesterol están relacionados con elevadas tasas de mortalidad. Cuando los niveles de colesterol descendieron a 150 mg. por cien, dos de cada tres pacientes afectados murieron. La mayoría de los pacientes con elevados niveles de colesterol se recuperaron de todas las dolencias que tenían. Asimismo, la longevidad en las residencias de ancianos está asociada a niveles de colesterol más bien altos. Unos estudios recientes, publicados en el British Medical Journal (BMJ), indican que un nivel bajo de colesterol total en sangre podría incrementar el riesgo de suicidio.
Un estudio publicado en The Lancet en 1997 demostró que los niveles altos de colesterol están asociados a la longevidad, especialmente entre las personas ancianas. La investigación sugiere que las personas mayores con altos niveles de colesterol viven más tiempo y tienen menos probabilidades de morir de cáncer o de una infección. Médicos del hospital de Reikyavik y de la Clínica de Prevención de Cardiopatías de Islandia han señalado que los principales estudios sobre el colesterol no habían incluido a personas ancianas. Por tanto, cuando estudiaron la mortalidad total y el colesterol en sangre de los mayores de 80 años, observaron que los hombres con niveles de colesterol superiores a 6,5 tenían una tasa de mortalidad equivalente a la mitad de aquellos cuyo nivel de colesterol era de alrededor de 5,2, el nivel “sano”. En apoyo de este hallazgo, científicos que trabajan en el Centro Médico de la Universidad de Leiden, en los Países Bajos, observaron que “por cada mmol/l de aumento del colesterol total se produce un descenso de la mortalidad del 15 %”. Un estudio realizado entre los maoríes en Nueva Zelanda demostró que quienes tenían los niveles más bajos de colesterol en sangre presentaban las tasas de mortalidad más altas.
El estudio del corazón de Framingham también comportó hallazgos similares. Cuarenta años después del inicio del estudio del corazón de Framingham, los investigadores examinaron la mortalidad total y el colesterol. Descubrieron que “no hubo una mayor mortalidad total con niveles altos o bajos de colesterol en suero” entre hombres de más de 47 años de edad. Además, no halló ninguna relación en mujeres mayores de 47 años o menores de 40 años. Sin embargo, los científicos concluyeron que las personas cuyos niveles de colesterol descienden pueden correr un riesgo mayor.
Lo mismo se aplica a los niños. Un estudio con niños de siete a nueve años de edad de seis países reveló la existencia de una importante correlación entre un nivel bajo de colesterol en sangre y las muertes infantiles en esos países. La tasa de mortalidad aumentó drásticamente al descender los niveles de colesterol. Por tanto, también en los niños el nivel bajo de colesterol en sangre es insano. Y una vez más, la orientación oficial que se da a los padres es que reduzcan la ingesta de grasa de sus hijos para reducir su colesterol o mantenerlo en niveles bajos. En vez de ello, habría que decir a los padres que es mejor que dejen que el colesterol aumente de forma natural. Esto reducirá, en efecto, el riesgo de sus hijos de contraer enfermedades y morir.
La relación entre el colesterol bajo y el cáncer se conoce desde hace muchos años. Aunque no existen pruebas convincentes de que un nivel alto de colesterol guarde alguna relación causal con la enfermedad coronaria, no por ello los grandes laboratorios farmacéuticos han dejado de promocionar los medicamentos a base de estatinas como un medio seguro para proteger a la población frente a dicha enfermedad. El intento extremo de reducir indiscriminadamente los niveles de colesterol, especialmente entre las personas mayores cuyos niveles altos de colesterol son normales y muy necesarios, ha provocado numerosos casos de cáncer en Estados unidos y en todo el mundo. Como han demostrado la mayoría de estudios, un alto nivel de colesterol en suero es un factor de riesgo débil o incluso nulo en los hombres de más de cincuenta años y de hecho incrementa la longevidad en los octogenarios.
Particularmente, las mujeres deberían cuidarse mucho de tomar estatinas. La mayoría de estudios han demostrado que un elevado nivel de colesterol en suero no es un factor de riesgo para las mujeres y, por tanto, no debería reducirse por ningún medio. La conclusión es que el colesterol protege al cuerpo frente al cáncer. La eliminación de esta protección natural es sinónimo de “suicidio involuntario”. Tanto los ensayos con animales como con humanos han demostrado que se produce un aumento de la incidencia de cáncer cuando se reduce el colesterol mediante fibratos y estatinas. En el ensayo CARE, por ejemplo, el cáncer de mama aumentó nada menos que un 1.400 %.
PASTILLAS. Revisión de estudios. “Hallan una relación entre el colesterol y el cáncer”. Washington (Reuters).- Las personas que bajan mucho su colesterol malo con estatinas podrían incrementar su riesgo de cáncer; afirman científicos de la Universidad Tufts. El equipo revisó 23 estudios sobre el uso de estatinas que abarcaron a más de 40.000 pacientes. Entre aquellos con muy bajo colesterol LDL hubo un caso de cáncer adicional por cada 1000 pacientes. Los científicos afirmaron que no se puede saber si esto se debe a un efecto colateral de las estatinas o se debe al descenso del colesterol, y que los beneficios de las estatinas superan los riesgos. (“La Nación”; miércoles 25 julio de 2007).
Edición de 31 de julio del: “Journal of the American College of Cardiology”; www.webmed.com/content/article/135/119298.htm
También existe una importante relación entre el bajo nivel de colesterol y los derrames cerebrales (accidentes cerebro-vasculares). El día de Nochebuena de 1997, un estudio muy importante ocupó las portadas de la prensa. Investigadores que dirigen el famoso estudio de Framingham (que continúa) afirmaron que “el nivel de colesterol en suero no guarda relación con la incidencia del derrame cerebral…” y señaló que, por cada 3 % más de energía obtenida de grasas ingeridas, el riesgo de padecer un derrame cerebral podría reducirse un 15 %. Ésta es su conclusión: “La ingesta de grasas y el tipo de grasa no guardan relación con la incidencia del resultado combinado de todas las enfermedades cardiovasculares o con la mortalidad cardiovascular total”.
Todas estas pruebas publicadas, desde luego, llevan a la gran industria farmacéutica a presentar más medicamentos cada vez más “inteligentes”. Pronto los médicos recomendarán una pastilla para reducir el nivel de LDL y otro fármaco para incrementar el nivel de HDL y reducir los triglicéridos. Algunos ya lo hacen. Esto no sólo duplicará el coste ya de por sí elevado que muchas personas pagan por los medicamentos a base de estatinas, sino que también agravará enormemente el riesgo de sufrir un derrame cerebral o de morir a causa de un cáncer o cualquier otra enfermedad.
Ahora se asocia incluso un comportamiento agresivo o el suicidio con los bajos niveles de colesterol. Desde 1992, los investigadores registran un aumento de los suicidios entre las personas que se someten a terapias o regímenes dietéticos de reducción de colesterol. Al reducir el colesterol en sangre se merman, así mismo, los receptores de serotonina, lo que da lugar a una mayor microviscosidad y altera el equilibrio del metabolismo lipídico cerebral. Se considera que esto tiene profundas repercusiones en el funcionamiento del cerebro. Según datos facilitados por instituciones de salud mental, las personas agresivas y las que tienen una personalidad antisocial presentan unos niveles de colesterol en sangre más bajos que la media. Los enfermos mentales con elevados niveles de colesterol resultaban menos agresivos e introvertidos que los que tenían niveles bajos.
Después de muchos años de investigación sobre la enfermedad cardiovascular y sus factores de riesgo, hoy por hoy no existen pruebas que relacionen causalmente los altos niveles de colesterol con la enfermedad cardiovascular, la apoplejía o cualquier otra enfermedad, aunque, en algunos casos, ambos fenómenos pueden coincidir. La decisión de embarcarse en un tratamiento de reducción de colesterol de por vida en pacientes que tienen una hipercolesterolemia primaria depende de la interpretación que haga el médico de las pruebas disponibles. Sin embargo, tales pruebas sólo existen para quienes tienen un interés de mantener vivo el mito del colesterol. Al mismo tiempo, los verdaderos culpables o factores causantes de las enfermedades vasculares siguen siendo ocultados de la vista del público. No obstante, cada vez está más claro que una dieta rica en proteínas animales supone tal vez el mayor riesgo físico de sufrir lesiones arteriales y la consiguiente acumulación de placas que contienen colesterol.
El colesterol es vida y sangre
Un recién nacido amamantado por su madre recibe altas dosis de colesterol desde el comienzo de su vida: ¡la leche materna contiene el doble de colesterol que la leche de vaca! No cabe duda de que la naturaleza no tiene la intención de destruir el corazón de un bebé administrándole semejantes cantidades de colesterol. Al contrario, un corazón sano consiste en un 10 % de colesterol puro (una vez eliminada toda el agua). Nuestro cerebro contiene incluso más colesterol que el corazón y la mitad de nuestras glándulas adrenales consisten en colesterol. Se trata, por tanto, de un componente esencial de todas las células de nuestro organismo y lo necesitamos para todos los procesos metabólicos. Puesto que el colesterol es una sustancia tan importante para el cuerpo, cada una de las células del mismo es capaz de producirlo. No podríamos vivir un solo día sin él.
El colesterol:
► Es necesario para formar ácidos biliares que ayudan a digerir las grasas y a mantenernos delgados;
► Es importante para el desarrollo del cerebro;
► Protege los nervios de daños o lesiones;
► Repara las arterias dañadas (tapa lesiones);
► Apoya las funciones inmunológicas;
► Proporciona elasticidad a los glóbulos rojos de la sangre;
► Estabiliza y protege las membranas celulares;
► Es el componente fundamental de la mayoría de las hormonas sexuales;
► Ayuda a la formación de la piel;
► Es la sustancia esencial que utiliza el cuerpo para producir las hormonas del estrés;
► Ayuda a prevenir el deterioro de los riñones en los diabéticos.
El colesterol desempeña una función vital en todos los seres vivos. Los microbios, las bacterias, los virus, las plantas, los animales y los seres humanos, todos dependemos de él. Dado que el colesterol es tan importante para nuestro organismo, no podemos depender exclusivamente de su aportación desde el exterior, sino que también debemos producirlo internamente. Normalmente, nuestro cuerpo fabrica alrededor de medio gramo de colesterol al día, en función de la cantidad que precise el cuerpo en un momento dado. Los principales órganos productores de colesterol son el hígado y el intestino delgado. Estos órganos liberan el colesterol en el flujo sanguíneo, donde se vincula al instante con proteínas de la sangre, que lo transportarán a sus lugares de destino para llevar a cabo las tareas anteriormente enumeradas. El colesterol está formado fundamentalmente por moléculas de gras y de proteína, de ahí su nombre de “lipoproteína”. Tan sólo cerca del 5 % de nuestro colesterol circula en la sangre, mientras que el resto se emplea para numerosas actividades de las células corporales.
Si una persona sana consumiera 100 gr. de manteca al día (el europeo medio ingiere 18 gr. al día), tomaría 240 mg. de colesterol, de los que del 30 al 60 % sería absorbido a través de los intestinos. Esto le proporcionaría unos 90 mg. de colesterol cada día. De esta cantidad, tan sólo 12 mg. acabarían finalmente en la sangre y aumentarían el nivel un mero 0,2 %. En comparación con este dato, nuestro organismo es capaz de producir 400 veces más de colesterol que el que podríamos obtener consumiendo 100 gr. de manteca. En otras palabras, si una persona ingiere con la comida más cantidad de colesterol que la habitual, sus niveles de colesterol aumentarán de manera natural. Sin embargo, para contrarrestar este aumento, el organismo reducirá automáticamente su propia producción de colesterol. Este mecanismo de autorregulación asegura que el colesterol permanezca en el nivel exacto que precisa el cuerpo para mantener el funcionamiento y equilibrio óptimos.
Si la ingesta de alimentos grasos no incrementa significativamente los niveles de colesterol para satisfacer la demanda de esta sustancia vital para el cuerpo, éste se ve obligado a adoptar una serie de medidas drásticas. Una de ellas es la respuesta del estrés. Si el cuerpo tiene un bajo nivel de colesterol, lo más probable es que la persona se sienta estresada: perderá la calma y la paciencia con facilidad y se sentirá tensa y ansiosa. Esto puede ocurrir sin que medie ningún motivo externo. El estrés es un potente acicate que impulsa la producción de colesterol en el cuerpo. Puesto que el colesterol es el componente básico de todas las hormonas del estrés, cualquier situación, cualquier situación estresante reclamará grandes cantidades de colesterol. Para compensar la pérdida o el aumento de la demanda de colesterol, el hígado fabrica más.
Veamos el ejemplo del efecto de la televisión en el aumento de colesterol. La investigación ha demostrado que ver TV durante varias horas seguidas puede incrementar el nivel de colesterol en sangre mucho más que cualquier otro de los llamados factores de riesgo, como la dieta, el estilo de vida sedentario o la disposición genética. Ver TV supone un enorme reto para el cerebro. El ingente número de imágenes que aparecen en pantalla cada segundo supera de lejos la capacidad del cerebro para procesar la marea de estímulos que recibe. El esfuerzo resultante exige su tributo. La tensión arterial aumenta para ayudar a mover más oxígeno, glucosa, colesterol, vitaminas y otros nutrientes por todo el cuerpo y el cerebro, que en su dura labor consume rápidamente todos esos elementos. Si el espectáculo muestra escenas de violencia, suspenso, terror o pánico y el sonido de disparos de armas de fuego, etc., las glándulas adrenales responden con inyecciones de adrenalina para preparar al cuerpo frente a una reacción de alerta extrema. Esto da lugar a la contracción de muchos vasos sanguíneos, grandes y pequeños, en el cuerpo, a la escasez de agua, azúcar y otros nutrientes en las células.
Los signos de esta respuesta de estrés pueden ser variados. El individuo puede sentirse agitado, fatigado, con el cuello y los hombros rígidos, muy sediento, aletargado, deprimido e incluso “demasiado cansado” para ir a dormir. También pueden acontecer cambios en el ritmo respiratorio como respiración suspirosa o entrecortada. Si el cuerpo no se esforzara por incrementar los niveles de colesterol en estas situaciones estresantes, actualmente tendríamos millones de muertes causadas por la TV. Gracias al aumento del nivel de colesterol, muchos televidentes salvan la vida. Igual situación se presenta al estar frente a una PC.
Cuando el colesterol pide ayuda
El mecanismo de autorregulación del colesterol que mantiene sano el cuerpo incluso en situación de estrés deja de funcionar cuando el organismo ha comenzado a almacenar cantidades excesivas de proteínas en los vasos capilares del hígado. Estos últimos, llamados sinusoides, tienen forma de redecilla. Sus finas membranas basales tienen grandes poros que normalmente permiten que moléculas relativamente grandes e incluso los grandes glóbulos de la sangre abandonen el flujo sanguíneo y se incorporen a los fluidos que rodean las células del hígado. A diferencia de otras células, las del hígado son, por tanto, capaces de trabajar directamente con la sangre y su contenido.
Las lipoproteínas de alta densidad (HDL), también llamadas “colesterol bueno”, son moléculas mucho más pequeñas que las de la lipoproteína de baja densidad (LDL) y de la lipoproteína de muy baja densidad (VLDL), denominadas “colesterol malo”. Pese a su mayor tamaño, las dos últimas son capaces de atravesar los sinusoides y penetrar en las células del hígado llamadas hepatocitos, donde son reconstruidas, enviadas a la vesícula biliar para su almacenamiento o segregadas a los intestinos. De hecho, la mayoría de estas grandes moléculas de colesterol solamente pueden “escapar” del flujo sanguíneo a través de los sinusoides hepáticos. Tan sólo las moléculas de HDL, que representan el 80 % de todas las lipoproteínas, son suficientemente pequeñas para atravesar las paredes de los vasos capilares de diferentes partes del cuerpo. Por esa razón, el HDL difícilmente alcanza niveles anormalmente elevados en sangre. El LDL y el VLDL, por otro lado, pueden ascender a niveles que delatan algún trastorno subyacente (congestión).
En circunstancias normales, la mayor parte del colesterol ingerido con la comida es absorbido en el intestino delgado y enviado al hígado. Cuando las grandes moléculas de LDL y VLDL entran en el hígado, son eliminadas de la sangre de la manera anteriormente descrita. Este mecanismo, que mantiene equilibrada la concentración de colesterol en sangre, pierde efectividad cuando las fibras en forma de redecilla de los sinusoides quedan obstruidas por cantidades excesivas de proteínas acumuladas. Debido a ello, las concentraciones de LDL y VLDL empiezan a aumentar en la sangre a niveles que indican la existencia de una obstrucción y tal vez de procesos inflamatorios en los sinusoides y las arterias coronarias. El colesterol “malo” queda atrapado en el sistema circulatorio porque sus vías de escape, los sinusoides del hígado, están congestionadas. Los sinusoides hepáticos se congestionan con proteínas cuando las paredes de los vasos capilares y las arterias del resto del cuerpo están, a su vez, congestionadas. Las lesiones que ocasionan estos depósitos ácidos de proteína hacen que buena parte del colesterol malo se utilice a modo de vendaje para prevenir múltiples accidentes cardiovasculares. Finalmente, sin embargo, las arterias se tornan cada vez más duras, rígidas y ocluidas. Esto puede aumentar la tensión arterial y someter al corazón a un mayor esfuerzo.
El círculo vicioso se completa cuando las células del hígado o hepatocitos ya no pueden recibir cantidades suficientes de colesterol LDL y VLDL. Suponen, naturalmente, que la sangre no contenga cantidades suficientes de colesterol. Acto seguido, las células hepáticas empiezan a producir cantidades suplementarias colesterol, que inyectan en los conductos biliares. Buena parte del colesterol se mezcla con otros componentes de la bilis y es despachada seguidamente a los intestinos, donde se combina con grasas y penetra en el flujo sanguíneo. Esto puede aumentar todavía más los niveles de colesterol en sangre. Los individuos afectados pueden producir hasta el doble de LDL que una persona sana.
En presencia de sustancias tóxicas y debido a la falta de sales biliares causada por una mala digesta, parte del colesterol excesivo forma cálculos intrahepáticos, es decir, los que se forman en el interior del hígado. Estos cálculos reducen el flujo biliar y merman todavía más la capacidad del organismo para digerir alimentos que contienen proteína y grasa. En consecuencia, cualquier comida que contenga colesterol, un componente de natural de numerosos alimentos, añade más colesterol “malo” a la cantidad que ya está atrapada en el flujo sanguíneo. El intento definitivo del organismo de mantenerse en vida consiste en poner cada vez más colesterol en los conductos biliares y los tejidos del hígado, lo que da lugar a la formación de un hígado hinchado y graso. , así como de adherir tanto colesterol como sea posible a las paredes dañadas de las arterias.
En muchos casos, los sinusoides del hígado se congestionan tanto con proteínas que ni siquiera permiten que llegue agua y azúcar suficiente a los hepatocitos o células hepáticas. Como consecuencia, muchas de estas células simplemente mueren. Las células muertas del hígado son sustituidas por tejido fibroso, lo que provoca hipertensión, diabetes y tal vez insuficiencia hepática. Dado que la acumulación de proteínas no sólo se produce en los sinusoides del hígado, sino también en los vasos capilares y en las arterias de todo el cuerpo, el riego de sufrir un infarto de miocardio o un derrame cerebral aumenta vertiginosamente.
El colesterol no puede considerarse el culpable de la enfermedad coronaria ni de cualquier otra dolencia. Debido a los depósitos de proteína en los sinusoides, los hepatocitos o células del hígado se ven cada vez más privados de la aportación diaria que necesitan de colesterol y, por tanto, se ven forzados a sintetizarlo cada vez más. Reducir el colesterol en sangre eliminando las grasas de la dieta o artificialmente a base de medicamentos que contengan estatinas apenas sirve de ayuda, en el mejor de los caso, para controlar la enfermedad coronaria. Lo más útil es eliminar todas las proteínas de origen animal (carne, pescado, huevos, queso, leche) de la dieta hasta que el estado del paciente se haya normalizado por completo. Si se reincorpora a la dieta cualquiera de estos productos, es aconsejable ingerirlos ocasionalmente y en cantidades reducidas. Al mismo tiempo, conviene eliminar todos los cálculos biliares del hígado y la vesícula mediante una serie de limpiezas hepáticas, además de limpiar el colon de los depósitos de residuos existentes. Entre otras medidas fundamentales hay que mantener una dieta y un estilo de vida sanos. Todo esto puede evitar la arteriosclerosis y prevenir un infarto de miocardio o un derrame cerebral.
Equilibrar el colesterol de un modo natural
Además de los métodos anteriormente indicados, existe una serie de hierbas y alimentos que contribuyen en gran medida a la limpieza de los vasos sanguíneos y los conductos linfáticos. Si se toman regularmente, equilibran de modo natural las concentraciones de colesterol en sangre en niveles convenientes para que el cuerpo funcione óptimamente.
Existen muchas hierbas y alimentos comunes que tienen efectos anticolesterolemiante y antitrigliceridemia. El té verde cuando se toma solo ha demostrado ser muy beneficioso para el régimen de colesterol. La mayoría de frutas y hortalizas, como las manzanas, los cítricos, las bayas, las zanahorias, los albaricoques o damascos, la col y los boniatos, entre otras, también contribuyen a equilibrar el colesterol de un modo natural. Las almendras, las nueces, las pipas de calabaza, el aceite de oliva, la avena, la cebada, etc., son igualmente eficaces. Es importante comprender que la alimentación natural o las hierbas medicinales sólo podrán equilibrar los niveles de colesterol si se mejoran también los factores subyacentes que dan lugar a los niveles altos.
Recientemente, los grandes laboratorios farmacéuticos han declarado la guerra al arroz rojo fermentado y han logrado que se prohibiera en Estados Unidos. Varios estudios demuestran que este antiguo arroz asiático reduce el colesterol en unos 40 puntos como media en apenas tres meses, y sin ningún efecto secundario. Al aumentar su reputación, se convirtió en una grave amenaza para los medicamentos más “taquilleros” de todos los tiempos, las estatinas. A fin de asegurar la gallina de los huevos de oro del sector farmacéutico, el arroz fermentado ha sido proscrito gracias a la FDA.
La cáscara de limón o de naranja también contiene una sustancia que reduce el colesterol de modo notable. Hasta los investigadores se quedaron asombrados cuando experimentaron con el policosanol, una sustancia natural sana que se halla en la cáscara de los cítricos. En un estudio, 244 mujeres con un nivel elevado de colesterol recibieron un placebo o policosanol. Los investigadores observaron que el colesterol malo del grupo de policosanol descendió muy pronto un 25 %. El colesterol total descendió un 17 %. Y la proporción entre colesterol total y el bueno (el principal factor de riesgo) mejoró nada menos que un 27,2 %. En otro estudio se comparó el policosanol con un medicamento de uso muy extendido a base de estatinas. Los sujetos que tomaron policosanol redujeron su nivel de colesterol malo un 19,3 % como media, frente al 15,6 % de los sujetos que recibieron estatinas. Otro dato sumamente importante es que el policosanol mejoró la proporción más crucial, la del colesterol total con respecto al colesterol bueno, hasta un 24,4 %, mientras que el medicamento a base de estatinas sólo mejoró un 15,9 %. Basta masticar cáscara de limón de cultivo ecológico una vez al día para conseguir equilibrar el colesterol.
Los frutos secos son muy nutritivos. Contienen grasas monoinsaturadas que ayudan a reducir el colesterol de lipoproteína de baja densidad (LDL) y pueden incrementar el de lipoproteína de alta densidad (HDL) cuando se toman en lugar de grasas saturadas en la dieta. Varios estudios importantes han revelado que comer frutos secos reduce significativamente, entre un 25 y un 50 %, el riesgo de padecer enfermedades coronarias, tanto en hombres como en mujeres. Uno de estos estudios, el Estudio de Salud de las Enfermeras, reveló, asimismo, que la ingesta regular de frutos secos reduce las posibilidades de desarrollar diabetes entre un 21 y un 27 %. Además de grasas monoinsaturadas, los frutos secos son ricos en vitaminas, minerales y otras sustancias beneficiosas para la salud. Por ejemplo, las nueces contienen un tipo de grasas omega-3, y las almendras contienen calcio y vitamina E. Los frutos secos son buenas fuentes de proteína digerible y fibra beneficiosa. La investigación demuestra que las personas que comen frutos secos suelen pesar menos que las que no lo hacen, pese a su alta densidad calórica (560-700 calorías por 100 gramos). Es posible que los primeros sigan una dieta más saludable (menos rica en proteínas de origen animal y comida basura) que los segundos, y que las personas con sobrepeso rechacen los frutos secos debido a su elevado contenido calórico. Los alimentos ricos en nutrientes, como los frutos secos, requieren más energía para ser digeridos, de modo que tal vez se consuman más calorías en el proceso digestivo.
Los alimentos siguen siendo de lejos el medicamento para la mayoría de afecciones del cuerpo humano. Hipócrates, padre de la medicina occidental, decía 400 años antes de Cristo, “en tu alimento está tú medicina” y, “somos lo que comemos”. Si se utilizan sabiamente y se preparan con cuidado antes de consumirlos, los alimentos pueden producir curaciones milagrosas en la mayoría de las enfermedades comunes.
Por supuesto, las sustancias que curan dolencias comunes de un modo natural no interesan a los grandes laboratorios farmacéuticos y, por tanto, no tienen posibilidad alguna de abrirse camino en el ámbito de la medicina dominante, al menos no en los países en los que la sanidad está dominada por los gigantes farmacéuticos.
“Los secretos eternos de la salud”; Andreas Moritz; editorial: Obelisco.